AMPARO BARAYÓN MIGUEL (ZAMORA, 1904-1936)
1. Los hermanos Barayón
Amparo
Barayón nació el 8 de mayo de 1904 en el seno de una familia de clase media
baja, domiciliada en la
calle Ramón Álvarez. Fue la segunda hija de Antonio Barayón
Azcona e Isabel Miguel Vaquero. Para él era su segundo matrimonio, pues antes
había enviudado de María Hernández, madre de sus hijos Saturnino, Magdalena y
Casimira. Con Isabel (que fallecería en 1909) tuvo, además de Amparo, a
Natividad (1902), Eugenia (1905) y Antonio (1907). La familia tenía una fábrica
de hielo y gaseosas en la calle de la Reina, y el padre había fundado en torno
a 1902 el Café Iberia, que se convertiría en un lugar de reunión de artistas e
intelectuales.
La familia Barayón |
Los
Barayón tenían una arraigada tradición progresista, en contra de la imagen “de
derechas de toda la vida” con la que algunas fuentes han pretendido
despolitizar la represión desencadenada contra ellos. El padre, Antonio, era
miembro de la agrupación republicana de Zamora, por la que fue candidato a
concejal en las elecciones de 1903, 1905 y 1917. Fue juez municipal adjunto
(1907) y perteneció a la junta directiva del Círculo Mercantil, Industrial y
Agrícola, con la que participó en la campaña de 1911 contra el impuesto de
consumos.
El
hijo mayor, Saturnino Barayón Hernández
(1892-1936), que regentó el café tras la muerte del padre en 1918, asumió
también las ideas republicanas, y en las elecciones municipales del 12 de abril
de 1931 fue elegido concejal en representación del Partido Republicano Radical.
Poco después se integró en el Partido Republicano Radical-Socialista (del que
fue tesorero) y, tras la disolución de este partido, formó parte del núcleo fundador
de Izquierda Republicana, cuya agrupación local presidió hasta mayo de 1936 y
representó en el comité del Frente Popular, junto a Higinio Merino de la Monja
(que sería asesinado junto a él). Tras las elecciones generales de febrero de
1936, fue nombrado diputado provincial. En abril de ese año aspiró a la
designación para la candidatura a compromisarios en la elección del presidente
de la República, si bien finalmente el puesto correspondiente a su partido
dentro de la coalición del Frente Popular fue asignado a Gonzalo Alonso Salvador
(que sería asesinado en agosto de 1936).
El
hijo menor, Antonio Barayón Miguel
(1907-1936), técnico industrial, se asoció en 1935 con Antonio Abad San
Román (miembro del comité provincial del PSOE, que sería asesinado en noviembre
de 1936) y José Alonso para fundar la empresa de suministros e instalaciones
eléctricas Dina, con sede en la calle de la Reina, y perteneció al partido
socialista aunque no desempeñó ningún cargo público.
El
progresismo del padre y del hijo mayor debe matizarse, en el marco de las
coordenadas moderadas y posibilistas del republicanismo pequeñoburgués de la
Restauración, con atención a las obligaciones cívicas derivadas de su posición como
industriales en una sociedad urbana tradicional, por lo que colaboraban en
iniciativas filantrópicas (suscripciones para la Cocina Económica ,
para las Casas Baratas o para los heridos de la guerra de Marruecos) y en
comisiones de festejos, pero también en otras supuestamente dinamizadoras de la
economía local, como la adquisición de terrenos para el Cuartel Viriato.
En
algunos comportamientos de Saturnino, aparecen disociados sus intereses
particulares y su concepción del interés público. Aunque en su condición de
comerciante -desde 1933, era vocal patronal en el Jurado Mixto de hostelería- manifestara
su desacuerdo con la imposición de recargos a la contribución industrial, en el
pleno municipal del 7 de julio de 1936 secundó el establecimiento de la décima
del paro. En 1932 votó contra la financiación pública de corridas de toros, a
pesar de que su padre había patrocinado festejos taurinos, y aunque el propio
Saturnino contribuyó en 1923
a la instalación de un monumento a fray Diego de Deza,
en 1936 apoyó la sustitución del nombre del gran inquisidor por el de Aída
Lafuente en una plaza de la
ciudad. Sostuvo una actitud inequívocamente laica, aunque
dentro de unos límites discretos, y en alguna ocasión logró que la prensa
católica desmintiera los exabruptos anticlericales que le había atribuido.
En
octubre de 1934 formó parte de la comisión de concejales que felicitó al
gobernador civil por la represión de la huelga general revolucionaria, y a
diferencia de otros cargos públicos (y de algunos compañeros de partido), no
fue destituido ni sufrió ninguna represalia, todo lo cual resulta aparentemente
contradictorio con el aval que había prestado a los candidatos del PCE para las
elecciones generales de 1933. Sin embargo, tras la victoria del Frente Popular
en febrero de 1936, respaldó (el 16 de julio) la anulación de los acuerdos y
nombramientos de la comisión que había gestionado el Ayuntamiento desde la
destitución de los concejales de izquierdas y propuso la apertura de expediente
a todos los funcionarios no republicanos.
Por
su parte, las hermanas Barayón recibieron una educación esmerada, lo que
incluía, como era habitual en las hijas de familias de la burguesía, una
formación religiosa que llevó a Amparo a actuar como catequista en la parroquia
de San Juan y a colaborar en la adquisición de la corona para la imagen de la
Soledad, a Casimira a participar en la refundación de la Cofradía de las
Angustias, y a Natividad a profesar en la orden de San Juan de Jerusalén. Tanto
Casimira, que estudió en Francia -donde vivía su tía, Manuela Barayón Azcona,
fallecida en 1914- y cursó estudios de magisterio, como Amparo, que alcanzó un
nivel avanzado en su formación musical, impartieron clases particulares, la
primera de francés y la segunda de piano, lo que las puso en contacto con
familias de la clase dirigente de la ciudad: Casimira tuvo entre sus alumnos a
los hijos del teniente coronel Hernández Comes, que como protagonista del golpe
militar y de la represión entre julio de 1936 y febrero de 1937 tendría un
papel decisivo en la suerte de sus hermanos.
2. Amparo Barayón entre Zamora y Madrid
Amparo
tuvo desde muy joven una presencia destacada en el ambiente cultural de la
ciudad, a través de sus recitales de piano (en 1922 actuó en el Nuevo Teatro de
Zamora, y en 1927 en Unión Radio de Salamanca) y de su participación en
asociaciones culturales. El 7 de diciembre de 1922 intervino, como miembro de
la comisión organizadora, junto a José Arregui y Dámaso Eguarás, en la constitución
de la Asociación
Musical de Zamora, y fue miembro fundador de la Sociedad Filarmónica ,
creada en 1930 y que inició sus actividades en enero de 1931. Colaboró en la revista Juventud , de vida efímera -dejó de publicarse en
1923 y no se conserva ninguna colección en instituciones públicas- y, al
parecer, publicó críticas teatrales bajo seudónimo en el Heraldo de Zamora. Junto a César Fernández Díaz formó la comisión
que, que en abril de 1923 promovió (sin éxito) la constitución del Ateneo de
Zamora, según el modelo del Ateneo de Madrid. Si desde el final de su
adolescencia había sido objeto de requiebros galantes de los gacetilleros del Correo y del Heraldo de Zamora por su belleza singular y personalidad
extrovertida, con el tiempo fue siendo valorada por otras cualidades: “bella y simpatiquísima señorita zamorana (…)
Eva moderna y valiente por su ideología y cultura, no sólo musical sino
literaria” (Heraldo de Zamora,
01/12/1927). Lamentablemente, estas cabeceras tardarían pocos años en abominar
del modelo femenino encarnado por Amparo y en amparar llamamientos a un
exterminio que se llevaría por delante vidas como la suya.
Obtuvo
empleo en Telefónica, si bien, según su hijo, “la idea de una mujer trabajando en ventas era algo poco común en la provinciana Zamora y
escandalizaba a la gente mayor”. Meses antes del cambio de régimen, obtuvo
el traslado a Madrid, donde siguió trabajando en la empresa y se vinculó a la CNT. En 1931 perdió su
empleo, según su hijo por su participación en una huelga. Posteriormente
trabajó en el Ministerio de Agricultura, si bien al mismo tiempo impartió
clases de piano y dio recitales con otro joven músico zamorano, el violinista
Antonio Arias Gago. En Madrid conoció a Ramón J. Sénder, con el que se casó en
ceremonia civil y tuvo dos hijos, Ramón, nacido en 1934, y Andrea, en 1936.
Durante su convivencia, Sénder, que ya se había convertido en un periodista y
novelista de prestigio, alcanzó su consagración con el Premio Nacional de
Literatura de 1935 por Mr. Witt en el
Cantón.
3. Detención y muerte
En
el momento de producirse el alzamiento militar, el matrimonio Sénder-Barayón,
con sus dos hijos y una niñera, veraneaba en San Rafael (Segovia), que tardaría
pocos días en ser ocupada por los sublevados. Antes de la ocupación del pueblo,
Sénder pasó hacia Madrid por la sierra, no sin antes pedir a su esposa que se
fuera con los niños a Zamora, donde “nunca pasa nada”. Al llegar a su ciudad
natal, Amparo se encontró con que sus hermanos Saturnino y Antonio habían sido
detenidos para ser trasladados a la cárcel de Toro (el primero el 26 de julio y
el segundo el 14 de agosto). Amparo trató de conseguir un pasaporte para
trasladarse a Portugal y, desde allí, reunirse con su marido, que entretanto se
había incorporado a las fuerzas defensoras de la República (donde llegaría a
ocupar un puesto en el estado mayor de Líster). Estas gestiones, unidas a los
intentos de entablar contacto telefónico con él, generaron sospechas en las
autoridades golpistas, que la detuvieron el 3 de agosto, aunque al día
siguiente fue puesta en libertad.
El
28 de agosto, Antonio Barayón e Isidoro Ramos Páez (maestro de Ufones) fueron
entregados al falangista Juan Luis Rodríguez, oficialmente para ser “conducidos
a Zamora”, pero ambos fueron asesinados esa misma noche en el término de Toro.
Según las versiones recogidas por su hijo, Amparo conoció la noticia pocas
horas después y, con motivo de unas gestiones en el Gobierno Civil, increpó al
gobernador Raimundo Hernández Comes, responsable de las órdenes de traslado que
en realidad constituían órdenes de ejecución extrajudicial. Fuera éste el
motivo real o sólo el desencadenante, Amparo fue detenida y trasladada a la
prisión provincial el día 29.
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Cárcel provincial de Zamora |
Tres
semanas después, el 18 de septiembre, su hermano Saturnino fue “entregado a la
fuerza pública”, junto a otros 27 detenidos, oficialmente para ser “conducidos
a Zamora”, y en realidad en una auténtica caravana de la muerte conducida por
fuerzas de Falange, de la Guardia Civil e incluso de la Guardia de Asalto, que
tenía como destino el despoblado de Tejadillo, en el kilómetro 37 de la
carretera de Tordesillas a Zamora, donde todos ellos fueron asesinados a las 11
de la noche, al parecer como represalia por el fusilamiento en San Sebastián
del militar zamorano Félix Fernández Prieto, que había protagonizado la fallida
intentona golpista en la capital guipuzcoana. Las autoridades certificaron, igual
que en el caso de Antonio, que “murió a
consecuencia de disparo por la fuerza pública cuando huía yendo conducido”.
Entretanto,
Amparo permanecía encarcelada junto a su hija Andrea, de pocos meses, a la que
aún amamantaba. Las condiciones en la sección de mujeres de la prisión de
Zamora eran especialmente atroces, tal y como puso de manifiesto, en 1937, el
testimonio escrito de Pilar Fidalgo, compañera de cautiverio de Amparo,
recientemente publicado en este blog: el hacinamiento, la falta de atención
médica a mujeres embarazadas o con hijos lactantes, los malos tratos y abusos
sexuales y el terror psicológico generado por las sacas y las ejecuciones
configuran un cuadro difícil de paliar, por mucho que sus límites hayan sido
objeto de una polémica más que lamentable. Según los testimonios recogidos por
su hijo, durante los dos meses y medio de su encarcelamiento, Amparo no recibió
visitas ni atenciones de su familia, a diferencia de otros muchos detenidos. De
este abandono culpó al esposo de Casimira, Miguel Sevilla Cabrero, sastre de
eclesiásticos y militante tradicionalista que había sido candidato de la
derecha católica en las elecciones municipales de 1931 (en las que no resultó
elegido, a diferencia de Saturnino) y que se convirtió en el cabeza de la
familia Barayón tras el encarcelamiento de Saturnino y Antonio.
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Martín Mariscal |
El
10 de octubre de 1936 Andrea Sénder Barayón fue separada a su madre y
trasladada al hospicio. Al día siguiente Amparo fue entregada a un grupo de
falangistas dirigidos por Martín Mariscal, con el supuesto destino de Bermillo
de Sayago, y en realidad para ser asesinada en el cementerio de Zamora junto
con otras dos mujeres, Juliana Luis García y Antonia Blanco Luis, vecinas de
Zamora. Al parecer, se le habían ofrecido auxilios espirituales antes de su
asesinato pero el sacerdote le negó la absolución. Pocos años más tarde, sus
restos fueron recuperados de la fosa común y trasladados al panteón de la familia
de su hermana Magdalena, mientras que los restos de Antonio y Saturnino
permanecen aún en paradero desconocido.
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Certificado de defunción de Amparo |
Los
tres hermanos Barayón fueron sometidos, tras su asesinato, a expedientes
incoados por la Comisión Provincial de Incautación de Bienes, que después
pasaron a la jurisdicción de Responsabilidades Políticas. Como prueba de la
importancia que los golpistas le atribuían, Amparo fue incluida en el
expediente número 1 de la provincia, junto a otras 22 personas, casi todas las
cuales habían sido asesinadas, y entre las que había personalidades tan destacadas
como el presidente de la Diputación, Gonzalo Alonso Salvador, el diputado en
Cortes Antonio Moreno Jover o Antonio Pertejo y Felipe Anciones, cuyas
biografías se ha publicado ya en este blog. Durante la tramitación del
procedimiento de Responsabilidades Políticas, Amparo Barayón fue objeto de
informes por parte de las autoridades de Zamora: el teniente coronel Raimundo
Hernández Comes, que durante su mandato como gobernador civil había firmado las
órdenes de traslado y ejecución de los tres hermanos, justificó su muerte
informando en 1937 que Amparo estaba “conceptuada
como espía”; el comisario jefe de Investigación y Vigilancia, Manuel
Flórez, informó que “dicha individua
estaba considerada como comunista peligrosa” y que “según manifestaciones de una de las sirvientas, el matrimonio siempre
estaba hablando del comunismo”. Finalmente, su expediente fue sobreseído en
1943.
Por
su parte, Antonio y Saturnino fueron incluidos en el expediente número 3.
Antonio fue acusado de ser presidente local del Socorro Rojo Internacional, “institución cuya expansión procuraba, por
los medios a su alcance, lo mismo que la propaganda comunista, mediante
folletos impresos y cartas”, acusación que probablemente no tuviera otro
fundamento que sus contribuciones (acreditadas en listas publicadas por la
prensa) en colectas a favor de los presos políticos. En 1941, Antonio fue
condenado a una multa de 50.000 pesetas y Saturnino a una de 30.000, si bien su
hermana Natividad (Sor María de la Natividad del Niño Jesús) interpuso recurso
de revisión, en nombre propio y de sus hermanos supervivientes, alegando que “sus hermanos arrastrados por falsos profetas
ya pagaron su culpa con la máxima pena” y “que se han embargado bienes que no eran sólo de los expedientados sino
también de los recurrentes y de otros hermanos”, ya que los bienes de
Saturnino y Antonio, que fallecieron solteros, correspondían al caudal
hereditario común. El recurso fue estimado por la Sala de Revisiones del
Tribunal Nacional de Responsabilidades Políticas en sentencia absolutoria de 5
de julio de 1943.
Las
represalias contra la familia Barayón no terminaron aquí. Su sobrina Magdalena
Maes Barayón, nacida en 1925, afirma no haber podido cursar estudios
universitarios por su parentesco con tres víctimas de la represión, y lo cierto
es que, pese a haber sido colaboradora del diario falangista Imperio (que en 1944 llegó a presentarla
como “la periodista más joven del mundo”),
en 1947 fue detenida bajo la acusación de pertenecer a un comité femenino del
PCE.
4. El “caso Barayón” hasta 1989
En
1937 se publicó en el diario El
Socialista y en sendos folletos publicados en Francia y Gran Bretaña el
testimonio de una compañera de cautiverio, Pilar Fidalgo, en el que se hacía
referencia a la muerte de Amparo y a las condiciones de vida durante aquellos
meses en la cárcel provincial de Zamora.
Tras
muchos años de silencio y olvido, a los que no fue ajena la actitud del propio
Ramón J. Sénder, muy parco en explicaciones sobre las circunstancias de la
muerte de su esposa -a la que sólo dedicó unas crípticas referencias en Los cinco libros de Ariadna- y de su
propio hermano (Manuel Sénder, asesinado en Huesca el 13 de agosto de 1936),
fue su hijo, el músico Ramón Sénder
Barayón (Ray Sender Morningstar), criado en los Estados Unidos, quien decidió, poco
antes de la muerte de su padre en 1982, reconstruir la historia de Amparo.
Sénder
Barayón inició su investigación por medio de contactos con su familia y de
llamamientos públicos a través de cartas abiertas en el diario El País. Estas gestiones dieron lugar a
la primera polémica, cuando el veterano socialista zamorano Román de la Higuera
–prefigurando los elogios que a nuestra extraordinaria
Transición harían algunos informantes locales de Muerte en Zamora- se dirigió públicamente a Ray (El País, 03/03/1982) para prevenirle
ante las “incalculables y desastrosas
consecuencias” que podrían tener sus hallazgos: “cuando su padre (…) prefiere el tupido velo del silencio, demuestra una
vez más su portentoso talento, y lo mejor que usted debiera hacer en estos
momentos sería acarar tal deseo, dejándolo transcurrir por el apasionante y
lento trayecto histórico, quien en última instancia resolverá con el tiempo la
compleja, complicada y comprometida maraña de una época que por reciente no
resulta aconsejable clarificar” [sic; juro por lo más sagrado que este párrafo
es literal y no pertenece a una novela de Isaac Rosa].
A
pesar de estas perspectivas poco halagüeñas, de su escaso dominio del español,
de la imposibilidad de acceder a fuentes de archivo y de la falta de contactos
en Zamora, Sénder llevó a cabo su investigación basándose casi exclusivamente
en testimonios orales –de una parte de la familia y de un puñado de
intelectuales locales bienintencionados pero con poca información útil que
aportar-, lo que dio lugar a un relato coherente aunque con informaciones
imprecisas y, en algún caso, gravemente erróneas. Dos de sus fuentes
principales fueron los testimonios de dos compañeras de reclusión de Amparo:
uno, escrito, de Pilar Fidalgo –que ya hemos publicado en este blog- y el otro,
sus entrevistas con otra reclusa (casi adolescente en 1936), Palmira Sanjuán,
cuya biografía publicaremos próximamente. El resultado fue A Death in Zamora, un libro editado en 1989 por la Universidad de
Nuevo México, cuya traducción española –realizada por Mercedes Esteban-Maes Kemp
(sobrina nieta de Amparo Barayón)- fue publicada el año siguiente por Plaza y
Janés bajo el título de Muerte en Zamora,
y la alemana por Kirchheim en el año 2000.
La
edición original fue reseñada en el New
York Times, por William Herrick, quien señalaba que “no es un libro bien organizado, llegando a veces a ser confuso. Cuáles
de sus conclusiones están probadas y cuáles son conjeturas, no está siempre
claro. Pero es el documento conmovedor de un hijo que finalmente descubre cómo
era su madre: una mujer adorable, independiente, que vivió con pasión y fue a
morir por estar casada con un escritor revolucionario”. Menos crítica se
mostró la hispanista británica Helen Graham, que valoró el libro como un “una interpretación en microcosmos de casi
todo lo que podemos aspirar a saber de la Guerra civil española, como Guerra
civil, de sus complejas causas sociales y culturales y de sus tremendos costes
y prolongadas consecuencias de paz incivil”, y asumió la figura de Amparo
Barayón como paradigma de la condición femenina bajo la República, interpretando
que no fue asesinada en el lugar de su marido sino por derecho propio, por ser
una mujer moderna cuya liberación “inspiraba
horror entre los pilares de la sociedad provinciana y entre los miembros
conservadores de su propia familia”. En definitiva, y pese a sus
limitaciones metodológicas, Muerte en
Zamora convirtió este caso y a sus protagonistas, reales o supuestos, en
paradigmas del terror franquista y de la opresión del franquismo contra las
mujeres sobre la base de la presentación de Amparo Barayón como “la primera joven emancipada de Zamora”, trasladada
a Madrid “como medio de escape de los
confines de su aislada ciudad natal, (…) la provinciana Zamora”.
5. El “caso Barayón” en Zamora
La
lectura que se hizo de Muerte en Zamora
en la ciudad natal de Amparo Barayón fue muy distinta. Hasta el momento de
publicarse su edición española, había transcurrido más de medio siglo sin que
ningún investigador hubiera publicado un estudio sobre la represión franquista
en esta provincia. El Manifiesto de la
Comuna Antinacionalista Zamorana (publicado en París en 1970) había
dedicado un vivo recuerdo a las víctimas del franquismo, que cayó en el vacío,
y con la salvedad de un par de comunicaciones en congresos y de algunas someras
referencias en una historia divulgativa (publicada en fascículos por El Correo de Zamora) y en una tesis
doctoral –la de Miguel Ángel Mateos, dedicada a los procesos electorales de
1931-1936-, el tema permanecía prácticamente virgen a los ojos del público
local. En consecuencia, en Zamora no se produjo el ajuste de cuentas masivo que
temía Román de la Higuera, sino la reacción habitual en una sociedad levítica,
es decir, silenciar la noticia molesta mientras fue posible. Sin embargo, fue
imposible ignorar por mucho tiempo la existencia de Muerte en Zamora, y aunque muy tardíamente, se terminó produciendo
una polémica que lo llevó a las páginas de la prensa local.
Miguel
Ángel Mateos, catedrático de historia contemporánea, con gran peso en la
gestión cultural y la vida política de la provincia, reaccionó de manera muy
tardía y con su habitual afán pedagógico, primero en un amplio capítulo monográfico
de la Historia de Zamora (2001), más
tarde en una serie de artículos publicados en La Opinión-El Correo de Zamora (en 2005), y por último, en un
encuentro universitario (2006). Al igual que Román de la Higuera, Mateos
sobrevaloró los daños colaterales que Muerte
en Zamora podría ocasionar en la sociedad local, y se impuso la tarea de
corregir a su autor en el relato de las circunstancias y en la atribución de
responsabilidades y móviles por la muerte de su madre, empleando en la crítica
unos medios excesivos y un tono a todas luces inapropiado.
Mateos
intenta hacer una historia científica de la guerra civil, desde una postura
inequívocamente crítica con la dictadura y con los autores revisionistas, pero
también con una aprensión manifiesta hacia los movimientos memorialistas. Se
separa del paradigma historiográfico antifranquista al disentir de la teoría
del plan de exterminio, pues ha vinculado la represión con la resistencia al
golpe (reproduciendo a veces como hechos probados las acusaciones con las que
se justificaron las matanzas), y considera que la cuantía global de la
represión republicana supera a la franquista. Por otra parte, el peso de sus
convicciones ideológicas lastra sus aspiraciones científicas, al realizar
generalizaciones abusivas (por ejemplo, exagera el peso de los izquierdistas conversos
en el pistolerismo falangista, y minimiza la responsabilidad de la Iglesia
magnificando los casos en los que algún párroco empleó su influencia para
salvar a alguien), lo que aparece como un intento de legitimar lugares comunes
de la memoria colectiva, que tuvo su lamentable colofón en la revelación del
supuesto final de Martín Mariscal. Por todo ello, y muy a su pesar, su crítica
a Muerte en Zamora fue interpretada
como el intento de generar una versión oficiosa de los hechos a la medida de
los intereses de la derecha zamorana, lo que lo llevó a ser acusado de
revisionismo neofranquista y a recibir réplicas no sólo de miembros de la
familia Barayón sino también de pesos pesados de la historiografía como
Francisco Espinosa, Paul Preston o Helen Graham.
Las
objeciones que Mateos podía formular a la obra de Sénder eran básicamente
cuestiones de detalle, del tipo de discernir si las personas aludidas eran en
verdad responsables de estos hechos concretos o solamente de otros similares,
lo que le hizo aparecer, sin ser esa su intención, como el paladín de la
reputación de unos personajes a los que sus propios descendientes no eran
capaces de justificar de forma creíble, o empeoraban su imagen al
reivindicarlos, o incluso –como en el caso de Segundo Viloria- preferían que no
se hablase de ellos aunque fuese para defenderlos. En último término, Mateos
vino a matizar las responsabilidades de las personas aludidas con argumentos no
siempre empíricos sino muchas veces basados en prejuicios sociales e ideológicos,
del tipo de pensar que un liberal o un católico no podían cometer o alentar
crímenes de odio, o que si los cometían era para hacerse perdonar su pasado.
Enfrentado
a una obra que, pese a sus inexactitudes, era necesaria y oportuna, el
historiador zamorano no se conformó con formular unas puntualizaciones
asépticas y respetuosas sino que construyó un relato alternativo, en el que su
esfuerzo de contextualización terminaba eximiendo de responsabilidad moral a
todos los personajes, excepto a un outsider,
Martín Mariscal, carente de vínculos locales que obligaran al historiador a
cualquier esfuerzo de justificación o contextualización. Por una endiablada
casualidad, y salvando las inmensas distancias morales e intelectuales que
separan a ambos autores (y a sus respectivos chivos expiatorios), Mateos
coincidía con el cronista franquista Julián Cachón en hacer depositario de la
principal responsabilidad a un empleado de Correos forastero –en Benavente, el
socialista Almoina y en Zamora, el falangista Mariscal-, y en ambos relatos el
final permitía poner a la historia un epílogo novelesco que demostrara que la
realidad supera la mejor ficción, aunque en el caso de Mariscal ello implicara
dar por buena una leyenda urbana (o más bien rural) típica del imaginario colectivo
sobre la represión franquista y que se acabó demostrando falsa, lo que lleva a
concluir que para ese viaje no hacían falta tantas alforjas.
Los
puntos más controvertidos en la polémica suscitada por Mateos son la fiabilidad
de los datos aportados por el opúsculo de Pilar Fidalgo –que ya comentamos en
nuestro blog- y la atribución de responsabilidades en la muerte de Amparo, que
Sénder resuelve con una alegoría bíblica, representando como Judas, Pilatos y
verdugo, respectivamente, a su tío Miguel Sevilla, al teniente coronel Raimundo
Hernández Comes –cuyo apellido confunde con el de su suegro, el general
Claumarchirant- y al abogado Segundo Viloria Gómez-Villaboa. A estos tres
nombres se suman los del capellán de la cárcel, Anastasio Antón, del cura
falangista Miguel Franco Olivares (participante habitual en las ejecuciones
extrajudiciales), del obispo Manuel Arce Ochotorena y del médico Pedro
Almendral Vega. Obviaremos aquí el papel de los eclesiásticos, que ya se trató
en nuestros comentarios a Una joven madre
en las prisiones de Franco, y nos centraremos en los restantes personajes.
5.1 El “caso Sevilla”
Los
hijos de Miguel Sevilla fueron los primeros aludidos que replicaron a las
afirmaciones de su primo Ramón cuando el libro sólo se había publicado en
inglés, edición de la que ellos tendrían noticias por la reseña que José María
Carrascal publicó en ABC. Fue en ese
mismo periódico donde los hermanos Sevilla Barayón respondieron con una carta
remitida desde Sevilla (donde el cuñado de Amparo se instaló con su familia
después de la guerra), en la que contradecían la versión de Muerte en Zamora (que es la de otros
primos suyos), dando a entender que la perdición de Amparo se debió a su empeño
en reunirse con su marido en lugar de permanecer escondida en casa como le
habría propuesto su familia. En este punto, afirmaban que Miguel Sevilla fue
engañado por el gobernador Hernández Comes, quien habría ordenado detener a
Amparo tras prometer a su cuñado que le concedería el salvoconducto, y tras
incumplir su promesa habría llegado a amenazarlo, lo que resulta coherente con
la idea de que, si bien era respetado por su historial tradicionalista, su
influencia entre sus correligionarios no era suficiente para conseguirle un
salvoconducto a su cuñada, ni para librarla de la prisión ni de la muerte.
Frente
a la versión de Muerte en Zamora
sobre el abandono de Amparo y sus hijos tras su detención, los hermanos Sevilla
Barayón manifiestan que su madre hizo llegar diariamente comida a Amparo
mientras estuvo en la cárcel, y que sus padres trasladaron a Ramón y Andrea a
la frontera francesa y los entregaron a su padre. En la mayoría de los puntos
se trata de contraponer la palabra de unos miembros de la familia a la de
otros, sin posibilidad de verificación empírica, pero hay una evidencia
documental que matiza desfavorablemente la versión de los Sevilla: Andrea
Sénder Barayón permaneció en el hospicio desde el 10 de octubre de 1936 hasta
que Miguel Sevilla se hizo cargo de ella, el 5 de enero de 1937, para
trasladarlos (a ella y a Ramón) a la frontera francesa.
No
hay ningún indicio de que Amparo fuera denunciada por su cuñado, al margen de los
reproches morales que merezcan su conducta hacia ella durante su
encarcelamiento y hacia sus hijos tras su asesinato, y del contraste sangrante
con la movilización de la familia para recuperar los bienes incautados a
Saturnino y Antonio, y tampoco parece que las autoridades militares necesitaran
denuncias surgidas del ámbito familiar para decidir su muerte.
5.2. El “caso Hernández
Comes”
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El gobernador Hernández Comes |
Ramón
J. Sénder era bien conocido en la sociedad zamorana –ya en 1932, La Mañana, órgano de los republicanos y
socialistas locales, había publicado colaboraciones suyas-, y era un personaje
odiado por las derechas y, muy especialmente, por las fuerzas de orden público -denunciadas
en O.P., en Siete domingos rojos o en sus reportajes sobre Casas Viejas-, y por
los militares africanistas aludidos en su novela Imán: no olvidemos que Millán Astray dirigía en aquellos momentos
el aparato propagandístico del Cuartel General del Generalísimo en Salamanca y
que aprovechando esta circunstancia campaba a sus anchas por Zamora, dedicado a
la amenaza, a la extorsión y a promover la represión. Podría objetarse como
demostración a contrario sensu que el
odio de los golpistas hacia José Almoina no impidió la liberación de su esposa
Pilar Fidalgo, pero a él se le menospreciaba como a un cartero con pretensiones
intelectuales y se infravaloró el potencial propagandístico de las revelaciones
que pudiera divulgar, mientras la capacidad de Sénder de conmover a la opinión
pública estaba sobradamente demostrada. Todo ello parece configurar un cuadro
que, unido al pretexto de las sospechas de espionaje, esgrimido en el informe
de Hernández Comes, sería suficiente –en la retorcida pero implacable lógica de
los golpistas- para que las autoridades militares, en un punto u otro de la
cadena de mando, decidieran su muerte sin demasiados escrúpulos.
Hay
un factor que Sénder Barayón destaca y que Mateos tiene en cuenta como posible
desencadenante de la decisión de encarcelar a Amparo: los reproches formulados
al gobernador Hernández Comes por la muerte de su hermano Antonio. Esta
circunstancia se inscribe en las coordenadas habituales de la violencia
franquista contra las mujeres y motiva con frecuencia la extensión hacia ellas
de una violencia que en principio iría dirigida contra los varones de sus
familias. En la provincia de Zamora hemos podido documentar varios casos en los
que al asesinato de un hombre siguieron los reproches públicos contra los
asesinos o denunciantes por parte de mujeres de su familia y, a continuación,
represalias contra éstas, incluso en fechas bastante tardías. Este sería el
caso de Braulia Raposo y Adoración Méndez, madre y hermana de Sabino Méndez,
vicesecretario de la Sociedad Obrera de Cañizo, que tras el asesinato de éste en
noviembre de 1936, interpelaron públicamente a sus denunciantes, y sufrieron
represalias: la primera fue detenida y apaleada, y la segunda secuestrada y
asesinada en diciembre. En clave similar podemos interpretar la desaparición,
en febrero de 1937, de Esperanza Durantes Madeira, vecina de Aspariegos, cuyo
hijo, Gilberto Fuentesaúco, había sido asesinado en septiembre del año
anterior.
La
responsabilidad del gobernador golpista Hernández Comes en centenares de
ejecuciones extrajudiciales fue planteada por el hijo de Amparo en su
investigación, y dio lugar a uno de los momentos más tensos de Muerte en Zamora, cuando el hijo del
militar –Venancio Hernández Claumarchirant, antiguo alumno de Casimira Barayón,
abogado en ejercicio desde 1929, gestor de la Diputación Provincial tras el
alzamiento, alcalde de Zamora, procurador en las Cortes franquistas y decano
del Colegio de Abogados en 1973-1992- despachó con cínicas evasivas a un Sénder
Barayón que apenas había sido informado de quién era su interlocutor. Un cuarto
de siglo después, la polémica se reprodujo –con distintos protagonistas- a raíz
de las revelaciones de Manuel González Hernández sobre Martín Mariscal, de las
que ofreció un adelanto en 2013. Este investigador realizó un seguimiento sobre
el presunto autor material de la muerte de Amparo Barayón y descubrió que, en
contra de la leyenda a la que Miguel Ángel Mateos dio crédito (y que habría
inspirado incluso un cómic de Carlos Giménez), Mariscal no murió a causa de la
venganza de la familia de una de sus víctimas sino de muerte natural, en su
cama, quince años después de estos hechos. La mención de González Hernández a
las órdenes de ejecución encubiertas como traslado firmadas por el gobernador
dio lugar a la respuesta de Antonio Hernández Pérez, descendiente de Hernández
Comes, cuyos argumentos para desmarcar al teniente coronel de la violencia en
la retaguardia zamorana no aportaban nada nuevo, y se limitaban a dar una nueva
vuelta de tuerca a los tópicos habituales.
El
principal argumento de Hernández Pérez es que el teniente coronel Hernández
Comes protegió a algunas personas de izquierdas, lo que no representa ninguna
novedad, pues ya fue acusado de ello en los informes que propiciaron su
destitución en 1937, como también lo fue de haber ordenado la muerte de otras
personas “de izquierdismo más tibio”,
todo lo cual no tiene otro significado que el de los recursos habituales en las
disputas entre las distintas facciones partidarias del golpe de estado, y su
pretendida significación humanitaria apenas disimula el más descarnado tráfico
de influencias y la arbitrariedad de la represión franquista. Por otra parte,
las pruebas documentales demuestran la connivencia, que su descendiente niega,
con los pistoleros falangistas: las órdenes de “traslado” firmadas por
Hernández Comes mencionan expresamente en qué manos debía dejarse a los
detenidos, y si Mariscal cayó en desgracia no fue por ser excesivamente
sanguinario –otros ejecutores de peor historial conservaron cargos y prebendas
en Zamora después de la guerra- sino por dirigir ocasionalmente su violencia
contra partidarios del golpe o personas situadas bajo la protección de las
nuevas autoridades, o por realizar requisas y rapiñas no sólo en beneficio de
la causa –lo que se consideraba admisible- sino también en provecho propio.
Precisamente el hecho de que algunos ejecutores de la violencia en la
retaguardia zamorana fueran procesados, en algún caso encarcelados y, un par de
ellos, condenados a muerte, indica exactamente, por excepción, cuáles eran los
límites de lo que las nuevas autoridades estaban dispuestas a tolerar, y desde
luego, esos límites ampararon la práctica totalidad de los asesinatos cometidos
en la provincia.
5.3. El “caso Viloria”
Otra
cuestión que ha hecho correr ríos de tinta es la autoría material del
asesinato. El recibo de entrega de las detenidas que fueron asesinadas esa
noche fue firmado por Martín Mariscal, y el propio Sénder, basándose en
testimonios orales, habla de un “pelotón de fusilamiento” del que formarían
parte “Sebastián el droguero y el cartero
Mariscal”, además del abogado Segundo Viloria Gómez Villaboa (Muerte en Zamora, p. 147). A lo largo de
su obra, el hijo de Amparo centra la responsabilidad de la autoría material del
asesinato en Viloria, que sin duda era la personalidad más destacada de las
tres citadas, como hijo del arquitecto zamorano de mayor prestigio, nieto de un
secretario del Gobierno Civil, pariente político de varios alcaldes monárquicos
de Valladolid, cronista judicial del Heraldo
de Zamora, abogado con gran actividad en los tribunales (injustamente
infravalorada por los informantes de Sénder), compromisario maurista en la
elección de presidente de la República en mayo de 1936 y responsable de la
guardia nocturna de la Diputación, integrado más tarde en la segunda línea de
Falange.
No
cabe duda de que la figura de Viloria ha sido la más perdurable en Zamora como
paradigma de la represión de retaguardia, aunque otros dos o tres ejecutores
–incluido el propio Mariscal- superen su cifra de víctimas en la provincia.
Esta fama –acrecentada por el hecho de ser conocido por su apellido y no, como
la mayoría de pistoleros zamoranos, por apodos pueblerinos, menestrales o
marginales- ha llevado su nombre a las páginas de obras de ámbito general (Víctimas de la guerra civil) e incluso
de la narrativa de ficción (Andrés Sorel). En el caso de Amparo, la presencia
de Viloria en el relato de Sénder resulta verosímil –o al menos, coherente- por
la cercanía de los entornos sociales de ambos en la década anterior, que lleva
a sus informantes a aventurar un amor despechado de Viloria por Amparo como
móvil para asesinarla. Aunque ambos se conocieran, Mateos afirma que la
estratificación social de la burguesía zamorana habría impedido una relación
igualitaria entre un Viloria (vinculado a la elite local) y una Barayón (de clase
media baja), así que de existir alguna aproximación por parte de él debemos
suponer que sus propósitos habrían sido más donjuanescos que matrimoniales, y
el rechazo por parte de ella difícilmente generaría un resentimiento tan
duradero como para servir de móvil criminal a un Viloria que en 1936 era un
hombre casado y con hijos. Mateos, que ni siquiera reconoce que Sénder ya había
incluido a Mariscal entre los asesinos de su madre, descarta la presencia de
Viloria entre ellos por entender que en tal caso, la firma de Mariscal como
responsable del traslado habría sometido a Viloria a una dependencia jerárquica
respecto de un subordinado, lo que supone, cuando menos, una fe exagerada del
historiador zamorano en la rigidez ordenancista de las operaciones represivas
de retaguardia: si Viloria no hubiera podido intervenir en una acción bajo la responsabilidad
nominal del sargento de milicias Mariscal, ¿cómo se entendería su presencia
–documentada- en una incursión en Villalpando dirigida por el también sargento
Luis Valera Nieves, y en la que, por cierto, participaron también destacados
miembros del Requeté (antes de la unificación)?
5.4. El “caso Almendral”
![]() |
Pedro Almendral |
Mención
aparte merece, entre las reacciones de los aludidos, la suscitada por las
acusaciones contra Pedro Almendral Vega, médico de la cárcel de Zamora durante
la República y el primer franquismo, fallecido en 1944. Almendral se convirtió
en una bestia negra de las izquierdas zamoranas, por su falta de atención a los
detenidos en octubre de 1934 que habían sido torturados antes de su ingreso en
prisión, de manera que tras la victoria del Frente Popular fue denunciado y
detenido por estos hechos, sufrió un intento de linchamiento y en marzo de 1936
fue invitado por el gobernador Lavín a abandonar la provincia hasta que se calmaran
los ánimos, por lo que no regresó hasta agosto de ese año. En el ya mencionado
testimonio de Pilar Fidalgo, Almendral es acusado de no haber prestado ninguna
atención sanitaria a las reclusas de la cárcel ni a sus hijos, lo que habría
agravado sus padecimientos y habría costado la vida a algunos de éstos. Según Fidalgo,
Almendral habría llegado a decir que el mejor remedio para ella era la muerte,
y estas palabras son recogidas por Sénder Barayón en el Muerte en Zamora. En su libro de 2001, Mateos cuestionó la
veracidad de este testimonio y se erigió en avalista de Almendral Vega,
considerando que su filiación albista garantizaba un talante liberal
incompatible con el odio que refleja la anécdota.
Hasta
aquí, el “caso Almendral” habría sido un apéndice menor del “caso Sénder”, pero
se vino a complicar con la irrupción de su nieta Anabel Almendral Opperman,
profesora de literatura alemana en la Universidad de Castilla-La Mancha. En los
últimos años de su carrera docente, la doctora Almendral incrementó sus
contactos con la provincia natal de su padre, también médico (que amplió sus
estudios en Alemania, donde habría conocido a su madre), y así, dejó de lado
sus estudios sobre Rilke para reivindicar a Pedro Álvarez Gómez (periodista del
Movimiento y novelista de sabor popular zamorano), para donar al Museo
Provincial su colección de obras de Gallego Marquina y para obsequiar a la
Virgen de las Angustias con una medalla de la familia (contra lo que cabría
esperar, parece que no se trata de la Cruz de Hierro). Pero el retorno a sus
raíces paternas no se ha quedado en estos gestos más o menos inofensivos y en
algún caso encomiables, sino que ha incluido una inmersión de hoz y coz en la
peor bilis de la derecha zamorana, y el 13 de julio de 2004 quiso “poner los puntos sobre las íes” en
relación a su abuelo, durante una entrevista en La Opinión-El Correo de Zamora, y replicó a un libro, Muerte en Zamora, que demostraba no
haber leído, respondiendo que Amparo Barayón ingresó en la cárcel “tremendamente enferma, de sífilis” y que
el doctor Almendral “dijo que para lo que
le quedaba de vida era mejor que la subieran a la enfermería”. Esta
afirmación, contradictoria con el atestado de ingreso en prisión y con las
evidencias de la historia clínica de sus descendientes, fue replicada por
Miguel Ángel Mateos –recogiendo a duras penas los pedazos del mito del “viejo
liberal albista”- y por la familia de la víctima. Uno y otros pidieron a la
doctora Almendral –el primero, por “caridad cristiana”; los segundos, incluso
dictándole un formulario que le facilitara el trámite, dada la pereza lectora
que había demostrado con Muerte en Zamora-
una rectificación que nunca ha llegado.
6. Epílogo: Ni verdad, ni justicia, ni reparación
Una
última y tardía reparación simbólica tuvo lugar en el año 2008, cuando el
Ayuntamiento de Zamora, en el marco de una campaña que incluyó homenajes
similares a Felipe Anciones, Manuel Antón y Antonio Pertejo, y que contó con
los votos favorables de ADEIZA (con Miguel Ángel Mateos como portavoz), PSOE e
Izquierda Unida y la abstención del PP (ya liderado por la actual alcaldesa,
Rosa Valdeón), puso el nombre de “Hermanos Barayón” a una calle de nueva
apertura en el barrio de Pinilla. Seis años más tarde, en agosto de 2014,
seguramente ignorando esta abstención y su significado, o confundiendo el
mantra postfranquista de la “concordia” con una voluntad sincera de
“reconciliación”, la bloguera Hortensia Hernández, impresionada al conocer la historia de Amparo Barayón, propuso
públicamente a Rosa Valdeón, alcaldesa de Zamora, a la directora de La Opinión y a los hijos de Amparo
Barayón reunirse con ella para “lanzar al
viento una paloma con el compromiso de un futuro de paz y reconciliación”.
Eduardo
Martín González, 7 de noviembre de 2014
Fuentes:
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y Responsabilidades Políticas.
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Entrevista
a Ana Isabel Almendral Oppermann en La
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noche en que fui traicionada, Barcelona, Planeta, 2002; Giménez, Carlos, 36-39. Malos tiempos, Barcelona, Glénat,
2007.
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