JOSÉ ALMOINA MATEOS (1903-1960), INTELECTUAL, POLÍTICO Y LÍDER DEL SOCIALISMO BENAVENTANO
José Almoina Mateos nació en
Lugo el 21 de junio de 1903, bautizado como José Ramón Antonio Luis y llamado
familiarmente Pepe, como segundo hijo del médico José Almoina Vigil, natural de
Santiago de Compostela, y de Ignacia Mateos Rodríguez, natural de San Juan de
los Remedios (Cuba). Su padre fue secretario del Colegio de Médicos, presidente
del Círculo de las Artes y miembro de la Real Academia Galega.
Su padre falleció cuando
José tenía diez años, por lo que quedó bajo el amparo de un tío suyo residente
en Ourense. En el curso 1922-23 finalizó el bachillerato en el Instituto de
Lugo y cursó estudios en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de
Santiago de Compostela, en la que se licenció en Historia en 1930. Durante su
etapa universitaria publicó artículos en varios periódicos gallegos, sobre
temas como el paisaje gallego o la obra de Montesquieu, y en 1926 ingresó en la
logia masónica Lucus, con sedes en Lugo y Vigo, en la que alcanzó el tercer
grado, bajo el nombre de “Deseo” (posteriormente, desde 1939, sería past master
de la logia Libertad, con sede en la República Dominicana).
En 1931 aprobó las
oposiciones como funcionario de Correos y obtuvo destino en Benavente, como
oficial de 2ª y, en 1932, como inspector. En octubre de ese mismo año se casó
con Pilar Fidalgo Carasa, natural de Morón de Almazán (Soria), diplomada en
magisterio por la escuela normal de Zamora, un año más joven que él y ya viuda,
con la que tuvo varios hijos: Pilar (1932), José (fallecido en 1937), Helena
(1936), Ulises (1938) y Leticia (1939), cuyos lugares de nacimiento son un
reflejo de la azarosa vida del matrimonio. Pilar Fidalgo participó también de
la militancia socialista de su esposo, y se afilió al Grupo Obrero Femenino de
Benavente.
En esta ciudad participó, el
16 de mayo de 1931, en la refundación de la agrupación local del PSOE, que
había sido inscrita en 1908 y de la que fue elegido secretario, continuando con
una tradición documentada, al menos, desde la visita que Pablo Iglesias realizó
a la ciudad en octubre de 1904 y desde la constitución de la Asociación Obrera
Agrícola de Resistencia en 1905. La influencia de Almoina se hizo sentir no
sólo en Benavente sino también en otras localidades de su entorno, algunas de
las cuales –como Santa Cristina de la Polvorosa o San Cristóbal de Entreviñas,
Villabrázaro, Santa Colomba de las Carabias, Barcial del Barco, Fresno de la
Polvorosa- contaban con una tradición socialista que se remontaba a comienzos
de siglo. Especial notoriedad adquirió su defensa de los jornaleros de
Manganeses de la Polvorosa en un conflicto que tendría el triste colofón de la
matanza de 28 de ellos en 1936, cuyos inductores y responsables
responsabilizarían al propio Almoina por “inculcar ideas revolucionarias” en la
clase trabajadora.
Dirigió el periódico El Pueblo, órgano del socialismo
benaventano, cuya colección no hemos podido consultar, y colaboró en medios de
ámbito provincial como La Voz del Trabajo
o La Mañana. En este último periódico
publicó una serie de artículos titulada “Zaguán de Castilla”, aparentes
estampas costumbristas que describían en tono de denuncia la realidad del mundo
rural zamorano bajo la influencia del caciquismo y de la Iglesia. Ejemplo de
ello sería el artículo Dilectissima Nobis
(julio de 1933), ácida denuncia de las campañas que la Iglesia estaba
realizando contra las reformas educativas de la República, y que reconstruía de
forma novelada la agresión que el párroco de Olmillos de Valverde instigó
contra la maestra Luisa Angelón, tras una larga campaña de descrédito desde el
púlpito. Todo ello convirtió a Almoina en la bestia negra de las derechas
benaventanas, en cuyos esquemas resultaba incomprensible que una persona de su
valía intelectual -de la que ellos estaban a años luz- tomara partido por las
reivindicaciones de la clase obrera.
En las elecciones generales
de noviembre de 1933, Almoina se presentó como candidato por el PSOE por la
provincia de Zamora, en una lista que incluía a la escritora Isabel Oyarzábal
Smith -que, como Almoina, desempeñaría puestos diplomáticos y moriría en el
exilio-, al diputado en ejercicio Quirino Salvadores y al dirigente del
socialismo toresano Leonardo Blanco (los dos últimos serían asesinados por los
sublevados en 1936). La candidatura socialista sufrió una derrota estrepitosa y
ninguno de sus miembros resultó elegido (Almoina obtuvo 17.580 votos). El
gobierno de derechas salido de estas elecciones represalió a Almoina con un
traslado forzoso a Alcaudete (Jaén), donde permaneció hasta el triunfo
electoral del Frente Popular.
En 1934 publicó un trabajo
en el libro colectivo Bellezas y Riquezas de Benavente, que incluía
también textos de Lesmes García Piñeiro
y Claudio Domínguez Aguas, todos los
cuales habían sido premiados en un concurso convocado con motivo de la
fiesta del libro de 1934. En
1935 publicó Monumentos históricos y
artísticos de la ciudad de Benavente, obra que fue premiada y publicada por
el Ayuntamiento de Benavente. Ese mismo año prologó la obra de José Adrio
Menéndez Del Orense antiguo (1830-1900) (Ourense, La Popular, 1935).
Al mismo tiempo formó una valiosa biblioteca particular, afición que compartió
con otro ilustre bibliófilo y republicano de Benavente, cuya biografía ya
publicamos en nuestro blog hace dos años, el veterinario Audelino González
Villa. Esta biblioteca, que creció con el curso de los años, acompañó a Almoina
en sus sucesivos exilios y, en algunos momentos, tuvo que desprenderse de
ejemplares valiosos por razones de subsistencia.
Tras el triunfo electoral
del Frente Popular, pudo regresar a Benavente, en cuya administración de
Correos fue nombrado interventor a finales de marzo de 1936. El diario La mañana recogió la acogida apoteósica
de la que fue objeto a su regreso. En abril de ese año fue elegido, con 37.499
votos, compromisario para la elección del Presidente de la república, formando
parte de la candidatura del Frente Popular junto a Gonzalo Alonso Salvador
(presidente de la Diputación y representante de Izquierda Republicana), Antonio
Pertejo (representante del PCE) y Félix Valbuena (representante de Unión
republicana). Los dos primeros serían asesinados por los golpistas pocos meses
después.
Al producirse el alzamiento
militar de 1936, la ciudad de Benavente fue ocupada durante unas horas, entre
el día 19 y el 20 de julio, por varios centenares de mineros a los que el
general Aranda había engañado, con falsas promesas de lealtad republicana, para
alejarlos de Oviedo. Al constatar el engaño, los mineros decidieron regresar a
Asturias, y Almoina, junto a otros dirigentes benaventanos de las
organizaciones del Frente Popular, como Rodríguez Guerra, se unieron a ellos.
Evidentemente, ni Almoina ni sus compañeros imaginaban la magnitud del plan de
exterminio pergeñado por los sublevados, de manera que dejaron atrás a sus
familiares y a gran parte de sus compañeros, sobre los que cayó todo el peso de
la represión fascista cuando Benavente fue ocupada sin resistencia por la
guardia civil y la Falange. Más de sesenta benaventanos fueron asesinados y
otros muchos fueron encarcelados, entre ellos la propia Pilar Fidalgo, que se
encontraba en avanzado estado de gestación y el 6 de octubre fue encarcelada
junto a su hija Helena, tres semanas después de dar a luz, en condiciones
atroces de las que dejaría testimonio en un reportaje que se publicó en 1937 en
el diario El Socialista y, en forma
de opúsculo, en Francia y Gran Bretaña.
Entre tanto, Almoina, que
había salido de Benavente en un taxi en dirección a Astorga, se encontró en la
ratonera tendida por los rebeldes a los mineros y, tras esconderse en la
montaña, en las inmediaciones de Villablino, consiguió alcanzar la ciudad de
Santander. Desde la zona leal, pudo reclamar a su esposa, sus tres hijos y su
suegra, que fueron canjeadas por miembros de una familia vallisoletana
partidaria de Franco, los Semprún. Durante el resto de la guerra, desempeñó
sucesivamente varios puestos diplomáticos: encargado del consulado en Burdeos
(de abril a julio de 1937), vicecónsul en Toulouse (entre 1937 y 1938) y
vicecónsul en Marsella hasta marzo de 1939.
El 7 de noviembre de 1939,
Almoina y su familia llegaron a bordo del trasatlántico Flandre a la República Dominicana. El régimen de Rafael Leónidas
Trujillo, una dictadura filofascista no menos criminal y despótica que la de
Franco, estaba deseoso de recibir inmigrantes cualificados de raza blanca –tras
la limpieza étnica realizada contra los haitianos en 1937- y se mostró dispuesto
a acoger a miles de exiliados españoles (previamente seleccionados), al parecer
por las gestiones de Fernando de los Ríos, embajador de la República Española
en Washington, sin importarle que entre ellos hubiera socialistas como Serrano
Poncela o el propio Almoina o comunistas como Julián Grimau, que incluso
pudieron publicar allí órganos de prensa como Democracia (socialista) o Rumbo
(comunista). Las instituciones dominicanas, desde la administración pública
hasta la Universidad, se beneficiaron de la aportación de intelectuales
españoles como Alfredo Lagunilla, Augusto Pedrero o José Montesinos.
Almoina pasó unos primeros
meses en situación extremadamente precaria, pero en 1940, Almoina empezó a colaborar
en la revista literaria Hogar, dirigida
por el exiliado Roque Nieto Peña, junto a personalidades como Moreno Villa,
Alfredo Matilla, etc. Al mismo tiempo, desempeñó una exitosa carrera docente.
Entre 1940 y 1945 fue profesor de Historia Universal en la Escuela Diplomática
Dominicana (donde coincidió con el exiliado vasco Jesús Galíndez), y en 1943
ingresó como catedrático en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad
de Santo Domingo (creada en 1939), en la que impartió clases de lengua
portuguesa, historia universal e historia antigua, y desde 1944, en la Escuela
Nacional de Bellas Artes, creada en 1942.
Simultáneamente con su
carrera docente, Almoina continuó dedicándose a la investigación histórica, que
dio sus primeros frutos en tierra dominicana con su obra La biblioteca erasmista de Diego Méndez (Universidad de Santo
Domingo, 1945), que obtuvo reseñas elogiosas de especialistas en la materia
como Américo Castro o el propio Marcel Bataillon y –lo que supone un mérito
incluso mayor- la crítica de Pedro González Blanco. En 1948, la misma
Universidad publicó su obra Rumbos
heterodoxos de México, y entre los dos libros se suceden más de una docena
de artículos en distintas publicaciones dominicanas y mejicanas.
Su prestigio intelectual,
sus conocimientos históricos y literarios y su dominio de varios idiomas –latín,
griego, portugués, italiano, inglés y alemán- hicieron que su nombre fuera
propuesto al dictador Rafael Leónidas Trujillo, en 1942, para trabajar como
profesor particular de su hijo, Ramfis Trujillo, un niño malcriado y necesitado
de una preparación intelectual para el desempeño de tareas de gobierno, pues el
Gran Benefactor de la Patria albergaba
la esperanza de ser sucedido por su hijo. Más adelante, Almoina justificaría
con estas palabras su controvertida colaboración con el entorno más íntimo del
dictador: "Acepté con gran simpatía aquel cargo que, a más de ampliar y
honrar extraordinariamente mi labor docente, me proporcionaba la oportunidad de
corresponder, aunque fuese de manera muy modesta, al gesto generosísimo de
Trujillo para con los exiliados españoles que desde fines de 1939, disfrutamos
la hospitalidad dominicana gracias a él". La influencia de
Almoina sobre su joven pupilo llevó a éste a renunciar a los 14 años al grado
de general que le había sido concedido cinco años antes. En mayo de 1944,
Almoina obtuvo, por decreto ejecutivo, la carta de naturalización privilegiada.
A medida que crecía su influencia, se aproximaba a un peligro cuyas trágicas
consecuencias futuras son de todos conocidas.
Trujillo decidió sacar mayor
partido de las capacidades de Almoina y a sus funciones docentes añadió la de negro o ghost writer de su consorte, La
Prestante Dama María Martínez Alba, que lo agasajó con regalos como una
edición príncipe de las obras completas de Erasmo y que pudo satisfacer sus
pretensiones literarias publicando con su firma una obra dramática y un ensayo,
escritos por Almoina y titulados, respectivamente, Falsa amistad y Meditaciones
morales.
En enero de 1945 Almoina fue
nombrado secretario particular del propio dictador, para el que redactó una memoria
oficial en la que se defendía la posición de la República Dominicana en el contencioso
fronterizo con Haití (La frontera de la
República Dominicana con Haití, Ciudad Trujillo, Editorial La Nación, 1946).
El nombramiento de “el gallego” como secretario particular motivó un fuerte
resentimiento hacia él en el entorno íntimo del dictador, que llegó a hacer
insostenible su posición. Otra consecuencia indeseada fue su inmediata
expulsión de la organización del PSOE en el exilio. Su íntimo desacuerdo con
las promesas, repetidamente incumplidas, de democratización del régimen,
terminaron por convencerlo de abandonar la isla.
En diciembre de 1946, alegando
estar enfermo de tuberculosis, Almoina obtuvo autorización para abandonar la
República Dominicana y en marzo de 1947 se estableció con su familia en México.
La familia pasó graves dificultades económicas, y durante algún tiempo regentó
una farmacia. Aun así, colaboró en la creación del Ateneo Español de México,
junto a Niceto Alcalá-Zamora, Joaquín Díez-Canedo y otras personalidades del
exilio.
En el verano de 1947,
Almoina elaboró un Informe confidencial que remitió a los otros gobiernos de
países caribeños, en el que denunciaba las operaciones encubiertas de
intervención del régimen trujillista para desestabilizar en provecho propio la
política interna de los países vecinos. Su intención era aprovechar la
corriente democratizadora que en los años anteriores había propiciado la caída
de varias dictaduras del continente, pero el nuevo clima anticomunista
impulsado por la guerra fría hizo estériles estos empeños. En 1949, y bajo el
seudónimo de Gregorio R. Bustamante, publicó Una satrapía en el Caribe. Historia puntual de la mala vida del déspota
Rafael Leónidas Trujillo, en el que denunciaba la dictadura dominicana en
un tono que ridiculizaba personalmente a Trujillo, a su familia y a su corte.
Tras la publicación de este libro, fue objeto de innumerables presiones y
amenazas por parte de los servicios secretos dominicanos, incluyendo intentos
de secuestro contra él y su hija Helena, y el ruego personal de la primera dama
dominicana. El peligro que corría su familia debió ser el factor definitivo de
su decisión de publicar un libro bajo el título de Yo fui secretario de Trujillo (Buenos Aires, 1950), en el que se
desmarcaba de las críticas vertidas en su obra anterior.
El 15 de marzo de 1951,
Almoina obtuvo la carta de naturalización mejicana. Tras su gesto conciliador
con el régimen trujillista, y una vez constatado que el nuevo orden
internacional de la guerra fría era propicio a la supervivencia de dictaduras
como las de Trujillo y Franco, erigidas en bastiones de la lucha contra el
comunismo, Almoina rebajó su perfil público y llevó una vida discreta y
semiclandestina. Trabajó como traductor para la editorial UTEHA, por lo que su
nombre resulta familiar para las generaciones de historiadores formados en la
segunda mitad del siglo XX que utilizamos como referencia las monografías de la
serie “La evolución de la humanidad”, debiéndose a Almoina traducciones como la
de la obra de Lucien Febvre incluida en esta colección. En 1949, sobre la base de
las investigaciones realizadas durante su actividad diplomática en Burdeos,
publicó La póstuma peripecia de Goya
(UNAM). En 1951 publicó en la editorial Jus una edición comentada de la Regla Cristiana Breve de fray Juan de
Zumárraga. En UTEHA publicó El arte en
España desde la Edad Media hasta el siglo XVI y Panorama del romanticismo en España e Hispanoamérica (ambas en
1958) y una introducción a la obra de Homero (1960). También publicó diversos
artículos literarios en la revista cubana Raíz.
Su discreción no lo
libró de la enemistad del régimen trujillista, que temía su conocimiento de
información confidencial a la que había tenido acceso. Su posición se hizo
insostenible tras ser descubierto, de forma involuntaria pero imprudente, por
otro exiliado español que había colaborado con el trujillato, el vasco Jesús
Galíndez, como autor de Una satrapía en
el Caribe. En los últimos años del régimen, el empeoramiento de las
relaciones con otros gobiernos del área del Caribe y el descrédito de Trujillo
generaron un clima de paranoia que se refleja en la obra de Mario Vargas Llosa La fiesta del chivo, en la que también
se menciona a Almoina. Se sucedieron los secuestros y desapariciones de
exiliados españoles disidentes del régimen de Trujillo: el propio Galíndez,
Alfredo Pereña, José Manuel Fernández Trujillo…
La naturalización de Almoina
fue revocada oficialmente en agosto de 1958 por el gobierno dominicano, que
decididamente lo tenía situado en el punto de mira. Finalmente, el 4 de mayo de
1960, José Almoina fue atropellado y tiroteado por un comando de cubanos
anticastristas (Francisco Manuel Quintana Valdés y Artemio Servando Molina
Fernández) dirigido por el agente norteamericano John W. Abes García y por el
diplomático dominicano Oswaldo Díaz Fernández, y falleció al día siguiente a
consecuencia de las heridas. Trujillo le sobrevivió justo un año, antes de
fallecer, él también, tiroteado en su coche.
Como puede comprobarse, nos
hallamos ante una figura dotada de aspectos complejos que no empequeñecen su
valía política e intelectual. Sin duda se enfrentó a circunstancias difíciles
ante las que tomó decisiones contradictorias y en ocasiones difíciles de
entender desde nuestra perspectiva actual. Por supuesto, todo esto no tiene
nada que ver con la leyenda pergeñada por las derechas benaventanas –siguiendo
la constante de la publicística franquista, siempre empeñada en desacreditar a
los exiliados-, que tiene su máximo exponente en la burda y zafia colección de
artículos del alcalde franquista Julián Cachón González, que con sus insidias -“ilustre
socio-comunista”, “evadido de toda
posible responsabilidad por las víctimas que sus tesis provocaron”, “falta de cuajo moral” (¡por no haberse
dejado matar en 1936!)- ensucia el catálogo de la editorial que en los
años 2000 y 2005 reeditó las obras de temática local de Almoina, haciéndole por
fin justicia en esta ciudad.
Eduardo Martín
4 de mayo de 2016
Fuentes
Este artículo se basa
fundamentalmente en el libro de Salvador E. Morales Pérez, Almoina, un exiliado gallego contra la dictadura trujillista, Santo
Domingo, Archivo General de la Nación, 2009.
Otras fuentes disponibles
son:
Salvador E. Morales Pérez,
“José Almoina, intelectual republicano en el exilio: las revelaciones sobre el
trujillismo en la palestra americana durante la guerra fría”, Pacarina del Sur [En línea], año 3, núm.
12, julio-septiembre, 2012
Julián Cachón González, Por estos adiles, Benavente, CEB Ledo
del Pozo, 2010.
Carlos Fernández Santander, El exilio gallego de la Guerra Civil, A
Coruña, Ediciós do Castro, 2002.
Pilar Fidalgo Carasa, Une jeune mère dans les prisons de Franco,
Paris, Editions des Archives
Espagnoles, 1939 (la traducción española puede leerse en la sección
«Documentos» de nuestro blog).
Xurxo Martínez
Crespo, Galiza en Dominicana, Nicaragua,
Panamá e Venezuela. Unha ollada fotográfica, Fundación para o estudo e a
divulgación da cuestión social e sindical en Galiza (FESGA), 2007.
Manuel Núñez, Peña Batlle en la Era de Trujillo, Santo
Domingo, RD Editora Letra Gráfica, 2007.
I. Reguilón, “El primer
socialista. El profesor Fernando Muñiz Albiac recupera la figura del fundador
del Partido Socialista en Benavente en la biografía de José Almoina”, en El Norte de Castilla, 07/12/2006.
Mario Vargas Llosa, La Fiesta del Chivo, Madrid, Alfaguara,
2001.
Bernardo Vega, Almoina, Galíndez y otros crímenes de
Trujillo en el extranjero, Santo Domingo, Fundación Cultural Dominicana,
2001.
Varios Autores, Pablo Iglesias en la Tierra de Campos y en
los Valles de Benavente. Centenario de una visita (1940-2004). Actas de las
jornadas celebradas en Benavente, 26-28 de octubre de 2004, Benavente,
PSOE, 2006.
“José Almoina”, en
eldardodelapalabra.blogspot.com.es, 10/2012.
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