ZAMORA A COMIENZOS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA,
VISTA POR ILYA EHRENBURG
Al cumplirse hoy, 31 de
agosto de 2018, 51 años de la muerte del escritor y periodista soviético Ilya
Ehrenburg, hemos querido recordar los apuntes del viaje que en 1932 realizó a
la provincia de Zamora, y que se publicaron en su libro España, República de trabajadores. Se trata de un libro que ha
conocido numerosas reediciones, y cuyos pasajes dedicados a nuestra provincia
ya fueron comentados en 2017 por Luciano García Lorenzo. Las impresiones de
Ehrenburg sobre las condiciones materiales de vida, las profundas desigualdades
sociales y el sometimiento de la sociedad rural al caciquismo pueden leerse sin
apenas comentarios.
“Cerca
de Zamora se está construyendo la central eléctrica de los Saltos del Duero.
Será la central más potente de Europa. En las orillas rocosas del Duero brotó
una ciudad americana: dólares, ingenieros alemanes, guardia civil, huelgas,
planos, números, millón y medio de metros cúbicos de energía para exportar,
emisión de nuevas acciones, llamas, estruendos, fábricas de cemento, puentes
maravillosos. ¡No es el siglo xx, es el siglo xxi! A menos de 100 kilómetros de
esta central eléctrica, no es difícil encontrar pueblos donde la gente no sólo
no ha visto nunca una bombilla eléctrica, sino que ni siquiera tiene idea de lo
que es un barco de vapor. Vegetan en una atmósfera tan arcaica, que allí se
olvida uno completamente del curso del tiempo.
»No
hay ciudad sin su oficina oficial de turismo. De las paredes cuelgan polícromos
carteles; en los armarios se guardan carpetas repletas de prospectos; los guías
visten vistosos uniformes con banderitas. “Tenemos hoteles magníficos, un clima
admirable, poseemos riquezas artísticas sin igual.” Todo el mundo sabe que
España es el país del arte. Aquí, cada casa es un museo. Al enseñar a los
turistas las viejas iglesias, los guías no se contentan con despertar el
entusiasmo estético del visitante. Saben tocar también la fibra de un cervecero
de Nuremberg o de un tendero de Burdeos. “Miren esta custodia. Piedras
preciosas de verdad. Un millón de pesetas...” Los vasos de oro de la catedral
de Burgos valen millón y medio de pesetas. La Virgen de Valencia se alhaja con
collares y otras chucherías por valor de dos millones exactamente. Los turistas
suspiran piadosamente. En Zamora, enseñan a los turistas una capilla románica.
Está rodeada de patios y otras construcciones. Para llegar hasta ella hay que
atravesar por un gran asilo de niños. Es la hora de la comida. Unos doscientos
niños. El asilo está regentado por monjas. Al ver a los “señores”, los niños,
asustados, se ponen de pie. Son hijos de la miseria. Algunos son, además, hijos
de los curas de aldea, que consolaron prolijamente a sus desgraciadas amas. Los
niños van vestidos con unos sayales toscos y andrajosos. De una especie de
palanganitas oxidadas cogen con cucharas el rancho, agua caliente con unas
cuantas habas nadando. Si uno de los turistas, por acaso, se indigna, el guía
explica: “Un país pobre... No hay medios... Por aquí, señores... A la
derecha...” La estatua de la Virgen. Un cofrecito recamado de esmeraldas. Una
colección de tapices que valen 400.000 pesetas...
»La
combinación de rosa y gris siempre nos conmueve. Acaso no sea más que un
capricho del ojo. Acaso una interpretación subconsciente de lo que llamamos
“vida”. El lago es ahora de un gris pálido, los montes de un rosa tierno. Esta
región parece creada para las expansiones líricas. Aquí, la lengua española,
viril y dura, se reblandece. Aquí puede hablarse de amor, sin espantar a los
pájaros y al silencio con las ásperas consonantes. Aquí, las mozas cantan fados
tristes y suaves. Más allá de aquella montaña, es ya Galicia, con su verdor
lavado por las lluvias y sus pastores predispuestos a la poesía. Las orillas
del lago están silenciosas y deshabitadas. La vista distingue, con alguna
dificultad, algunas cabañas sobre los collados. En el lago pululan peces, sobre
el lago revolotean pájaros. Así solían pintar el paraíso los prime-ros
renacentistas. Sólo faltan las rizadas ovejas y los justos. No cabe duda, aquí
la gente tiene que ser feliz. Por aquí pasó Unamuno. Escribió unas estrofas
inspiradas. El camino llega hasta el lago. Una posa-da, tortilla y truchas del
lago. Un álbum para los visitantes. Una cosa intermedia entre un balneario y el
edén.
»La
carretera transitable no pasa de aquí. Una senda, un burro. Dos aldeas: San
Martín de Castañeda y Ribadelago. Nadie va hasta ellas. ¿Para qué van a ir?
Allí no hay nada que comprar, ni nada que vender. Un rincón pintoresco y la
miseria maldita. Y en España ni una cosa ni otra son excepcionales.
»Sin
embargo. San Martín puede vanagloriarse de sus bellezas artísticas. Entre las
míseras cabañas se levantan las ruinas de un convento. Columnas románicas... Un
nicho... Un ventanal... Hace cien años que los sabios monjes abandonaron el
convento. Se dieron cuenta de que el hombre no puede vivir sólo de lo bello y
se trasladaron a lugares menos poéticos, pero más lucrativos. Los aldeanos no
se marcharon. Los aldeanos se quedaron al lado de las ruinas románicas. Pero el
monasterio no dejó solamente el rastro de las piedras inofensivas. Dejó también
la vieja maldición: el fuero. Antiguamente los aldeanos pagaban todos los años
un tributo al convento. Los frailes, al mudarse, vendieron este derecho a un
señor completamente mundano. Ni más ni menos que se venden los muebles en una
mudanza. Los frailes vendieron el fuero, es decir, el derecho a desvalijar
anualmente a los aldea-nos. Esto sucedía en el año 1845. Han pasado casi cien
años. Muy lejos de aquí, en Madrid, se sucedieron los gobiernos y cambiaron los
colores de la bandera. Vino la primera República. Subieron al poder los
liberales; tras ellos, los conservadores. En las elecciones, salían triunfantes
los distintos partidos. Algunos osados tiraban bombas. Algunos valientes se
sometían al suplicio de la horca. El rey distribuía concesiones a los
americanos. El rey hacía viajes a San Sebastián, el rey se divertía... Luego,
destronaron al rey. El señor Alcalá Zamora pasó unos días en la cárcel. El
señor Alcalá Zamora se instaló en el palacio de Oriente. Pero todo esto pasaba
muy lejos de aquí, en Madrid. Para venir de Madrid hasta aquí, hay que montar
primero en un rápido hasta Medina del Campo; luego, en un correo hasta Zamora;
luego, en autobús hasta Puebla de Sanabria; luego, en coche de mulas hasta el
lago; luego, en burro, si es que lo hay... ¡Qué lejos está Madrid de esta
aldeíta! Aquí, no ha cambiado nada. El agua del lago sigue poniéndose gris y
las montañas de color de rosa, igual que antes, en los atardeceres. Las mozas
siguen cantando canciones tristes igual que antes, e igual que antes los
aldeanos mandan todos los años a un caballero desconocido, a un fantasma, el
fuero, o hablando más clara-mente: dos mil quinientas pesetas.
»Los
aldeanos tienen muy poca tierra: un puñado de tierra, que no es siquiera tierra,
sino “tierriña”. ¿Qué sacarán de ella? Trescientos treinta habitantes tiene la
aldea. Como en todas las aldeas, un sinfín de críos. Aquí, la miseria engendra
con la terquedad de los fatalistas re-signados. Niños hambrientos. En vez de
casas, establos negros, ahumados. Se resiste uno a creer que la gente pueda
vivir así toda la vida. ¿Serán fugitivos, víctimas de un incendio? No; son
sencillamente es-pañoles contribuyentes. Jamás viene nadie en su socorro. Y año
tras año, tienen que entregar a un caballero lejano y desconocido todo lo que
consiguen arrancarle a la tierra avara: dos mil quinientas pesetas. ¡Quinientos
duros! Quinientos duros para el caballero fantasmal que heredó de su padre,
además de otros bienes, el derecho a seguir co-brando el antiguo fuero. El
afortunado caballero es abogado. Posee una hermosa casa en la aldea, al lado
del convento. No tiene muchos clientes, pero los aldeanos han de pagarle
anualmente sus quinientos duros, no porque él los necesite, sino porque conoce
bien las leyes y sus derechos...
»A
los ricos no les sobra jamás el dinero. Todos los años reciben los aldeanos el
aviso correspondiente. Mandan el dinero. El señor firma el recibo.
»En
el mes de abril de 1931, los amantes de la libertad proclamaron en Madrid la
República. Y no contentos con esto, declararon en la Constitución que España es
una “República de trabajadores”. Claro está que, para evitar malas
interpretaciones, se apresuraron a aclarar: “Una República de trabajadores de
todas clases”. En 1931, lo mismo que en los años anteriores, los campesinos
de San Martín pagaron al señor las dos mil quinientas pesetas. Trabajaron todo
el año hurgando la tierra estéril. También el señor trabajó lo suyo: al llegar
la fecha, se pasó el aviso y firmó el recibo.
»Al
otro lado del lago está la segunda aldea: Ribadelago. Aquí, los aldeanos no
tienen que pagar el fuero, pero no por ello pasan menos hambre. Aquí, hay
todavía menos tierra. Unos diminutos sembrados de patatas, que tal parecen
huertos de juguete. Los moradores de estas aldeas comen patatas y habas.
Procuran comer con medida, para no excederse. Cabañas como gallineros,
barracones oscuros sin ventanas. Rara vez encienden los candiles. El aceite
resultaría demasiado caro. En cada guarida de éstas, viven seis, ocho, diez
personas. Enfermos, ancianos, niños; todos revueltos. Antes había una escuela.
Luego, trasladaron al maestro y se olvidaron de mandar otro. Y no notan su
falta, pues es difícil tener ganas de estudiar con el estómago vacío.
En
toda la aldea no hay más que una casa con chimenea, ventanas y hasta visillos
en las ventanas. En esta casa vive el administrador de la señora de V... Sobre
esta señora se podrían componer versos. Antaño, el poeta le hubiese cantado:
“¡Hermosa eres, poderosa y rica...!”
»Yo
no sé si la señora de V... es hermosa. Sólo sé que es poderosa y rica. Es
propietaria de varias casas de la Gran Vía de Madrid. También le pertenecen las
aguas del lago de San Martín de Castañeda. Estas aguas, suavemente plateadas,
que despiertan los sentimientos líricos y que, además, son ricas en pescado. La
tierra no es de la señora de V... A ella sólo le pertenece el agua. Cuando el
agua sube de nivel, crecen sus dominios. Es un rompecabezas jurídico,
complicadísimo. Pero el abogado, que es casualmente el mismo caballero a quien
los aldeanos del pueblo vecino pagan el fuero, sabe desenredar muy listamente
estas sutilezas. A la señora de V... le pertenece el agua con todos sus peces.
El pescado del lago es excelente: magníficas truchas. Pero la señora de V... no
puede hacer nada con estas truchas. Los portes hasta Madrid son demasiado
caros. Y la señora de V... puede pasarse perfectamente sin este pescado, pues
un solo piso de uno de sus rascacielos madrileños le rinde mucho más que todo
este poético lago.
»El
administrador de la señora de V... pesca las truchas. A veces, las vende en
Zamora o en los pueblos de los alrededores. Vende las truchas al abogado. Las
que puede, se las come él mismo. Pero en el lago hay mucho pescado y los peces
pueden pasearse a sus anchas, sin te-mor a nadie. El administrador del lago se
construyó un precioso hotelito. Se convirtió en el cacique del pueblo. Fue
hasta alcalde. Vive espléndidamente. Sus derechos están defendidos por los
guardas. Los guardas tienen escopetas. Si un aldeano, muerto de hambre, se
atreve a pescar de noche, le amenaza con una multa o con la cárcel. En España,
a veces, saben hacer cumplir las leyes... Los aldeanos hambrientos pueden
contemplar el lago, admirar las truchas azuladas y asalmonadas, admirarlas y
conmoverse. Así pintaban el infierno los pintores de la primera época del
Renacimiento. No falta detalle. Los pescadores se retuercen hambrientos y
desesperados, mientras el diablo está sentado plácidamente en su casita, detrás
de los visillos.
Esta
mañana llegó a la aldea un médico de Zamora. Es un hombre bueno y candoroso.
Asiste gratuitamente a los aldeanos y hasta les ayuda de su bolsillo con cuanto
puede. Antes, hacía propaganda aquí para la República. Creía firmemente que la
República no se limitaría a trasladar al señor Alcalá Zamora de la cárcel al
palacio real, sino que daría también de comer a los campesinos de Ribadelago.
Una mujer alta, rodeada de críos, le para en la calle. Tiene el rostro afilado
por el hambre y los sufrimientos.
»—¿Cómo
es, don Francisco —le pregunta la mujeruca al médico—, que la República no ha
llegado todavía hasta nosotros?
»La
ironía española es siempre seria. La ironía literaria del Arcipreste de Hita,
de Cervantes, no se diferencia gran cosa de la ironía de cualquier aldeano.
»Don
Francisco calla. Después de todo, ¿qué va a contestar? ¿Que la República es muy
comodona? ¿Qué le asusta el viaje burro? ¿O confesar que hace tiempo que la
República llegó a estos lugares, pero que se detuvo en casa del administrador
de la señora de V..., que tutea al abogado de Sanabria, que entiende mucho de
fueros y de truchas y que no es sólo una República, una República como otra
cualquiera, sino una República de trabajadores...?”
Como ha cambiado desde 1968
ResponderEliminarEstuve en el Corazón de María haciendo el bachiller 1963-68
ResponderEliminarTodavía no puedo creer que no sé por dónde empezar, me llamo Juan, tengo 36 años, me diagnosticaron herpes genital, perdí toda esperanza en la vida, pero como cualquier otro seguí buscando un cura incluso en Internet y ahí es donde conocí al Dr. Ogala. No podía creerlo al principio, pero también mi conmoción después de la administración de sus medicamentos a base de hierbas. Estoy tan feliz de decir que ahora estoy curado. Necesito compartir este milagro. experiencia, así que les digo a todos los demás con enfermedades de herpes genital, por favor, para una vida mejor y un mejor medio ambiente, por favor comuníquese con el Dr. ogala por correo electrónico: ogalasolutiontemple@gmail.com también puede llamar o WhatsApp +2348052394128
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