REPRESIÓN FRANQUISTA
EN TORRES DEL CARRIZAL (ZAMORA)
El pueblo de Torres
del Carrizal, perteneciente a la comarca de la Tierra del Pan y situado a unos
15 kilómetros al norte de la ciudad de Zamora, tenía en el momento de
proclamarse la República algo más de 700 habitantes. Los jornaleros estaban
organizados en la Sociedad de Obreros Agrícolas Libertad, constituida el 5 de
junio de 1920, y coetánea de las creadas en Aspariegos, Benegiles, Molacillos y
otras localidades coincidiendo con los movimientos huelguísticos de ese año. Al
constituirse la Sociedad ocupaban los cargos directivos: Liborio Ratón Baz (o
Báez) (1871) (presidente); Tomás Barrios Alonso (1886) (vicepresidente); Juan
Manuel Martín Ramos (secretario); Cesáreo García Gutiérrez (vicesecretario);
Antonio Juárez Mayo (tesorero); Felicísimo Lorenzo Vicente (contador);y Basilio
Lorenzo Vicente (1885), Isaías Fernández Temprano, Dalmacio de la Iglesia
Prieto (1882) y Justo Alfageme González (1880) (vocales).
Por su parte, las
clases propietarias, que en 1929 habían creado una “Sociedad de Vecinos Pudientes”
(sic), dominaban la administración municipal: uno de ellos, Toribio Miranda
Lorenzo (1887), fue elegido alcalde tras las elecciones del 12 de abril de
1931, mientras que el secretario del Ayuntamiento era David Barrientos Prieto
(1881), perteneciente también a una familia de propietarios. La conexión entre
el poder local y la clase propietaria resulta evidente si tenemos en cuenta que
la Entidad Patronal Agraria constituida en abril de 1932 estaba presidida por
Agustín Miranda (1885), hermano del alcalde, y tenía como secretario a Faustino
Barrientos Prieto (1883), hermano del secretario municipal, con Andrés Conde
(1880) como vicepresidente.
La Iglesia fue, en
el período que estudiamos, un agente político con una clara beligerancia a
favor del orden social establecido. En 1919 había impulsado la creación de una
Asociación Agrícola de Labradores y de un Sindicato Agrícola Católico pero los
propios informes emitidos por los propietarios para colaborar en la represión
contra los dirigentes socialistas reconocerían el fracaso del sindicalismo
amarillo, al atribuir a la Sociedad Obrera haber movilizado a “la totalidad de
los obreros”. Una vez constituida la República, la Iglesia impulsó la
constitución de un gran partido de derechas que aprovechase los mecanismos de
la política de masas para hacerse con el poder y transformar el régimen desde
dentro, con un programa de profunda reforma constitucional, y así se creó
Acción Nacional, llamada después Acción Popular Agraria y, finalmente Acción
Popular. Los primeros afiliados de este partido en Torres del Carrizal, en
1933, fueron Gregorio Barrientos Aguado (1913), Celso Gil Gaitán (1892), Félix
Contra Lozano (1906), Juan Manuel Contra Pastor (1879), Macario Polo Pernía
(1850), Rodrigo Miranda, Severino González Gago, Luciano de la Torre Alonso (1910)
y Germán Alonso Hernández (1893).
En 1931, una nueva
generación de obreros había sucedido a los fundadores al frente de la Sociedad.
Su líder era Antonio Cereceda González (1877), un emigrante retornado de
Argentina, que había instalado una carnicería y que, como era
frecuente en las pequeñas localidades, fue recibido por la Iglesia y los
propietarios con desconfianza por temor a que su posición económica le permitiera
vivir al margen de las presiones patronales (poseía, además, dos viñas), y a
que introdujera en la sociedad local elementos procedentes de una cultura
política distinta, por ejemplo en el aspecto religioso o en la vida privada:
las fuentes orales recuerdan todavía que se decía que no había bautizado a sus
hijas, y tras su asesinato y el de su hija Elia (1907), se ensuciaría su
memoria informando que “se corrió el rumor público, de que le perseguían como
mala persona en la República argentina de Buenos Aires, y hasta se dijo
también, si habían mandado a las Autoridades de este pueblo requisitoria en su
busca, esto no puedo afirmarlo más que de rumor público”. También Cayetano
Prieto Medina (1896) fue acusado tras su asesinato de que “no se descubría al paso
de las procesiones”. Al menos en otro caso, el de Aureliano Sastre Pérez, su
condición de inmigrante retornado (en este caso, del País Vasco) sería
considerada como un indicio de su condición de “asesor” en materia de desorden
y perturbación social. El vicepresidente de la Sociedad Obrera era Tirso
Vicente Aguayo (1902).
Frente a la
legislación laboral de los primeros meses de la República, que incrementaba la
presencia de las organizaciones obreras en unos órganos independientes de
control del mercado de trabajo, los propietarios, agrupados desde marzo de 1932
en la Entidad Patronal Agrícola de Torres del Carrizal, y amparándose en su
control del Ayuntamiento, respondieron con boicoteos e incumplimientos. Durante
el bienio de 1931-1933 fueron sancionados por incumplimiento de las Bases de
Trabajo Rural diez patronos locales, incluidos el alcalde Toribio Miranda, su
hermano Agustín Miranda, el secretario municipal David Barrientos, Alfonso
Vizán Arribas (1894), Enrique Álvarez Prieto (1889), Leoncio Reguilón Prieto
(1880), Juan Manuel Contra Pastor, Martín Cabezas Maillo (1963), Valero Gallego
Campano (1865) y Fernando Hernández López (1874). Es conveniente recordar,
cuando se nos habla de la dimensión social del régimen franquista y de su
voluntad de superar la lucha de clases, que alcaldes prevaricadores y
propietarios incumplidores de la legislación laboral serían los inductores,
ejecutores y principales beneficiarios de la violencia con la que el franquismo
consiguió implantarse. También debemos tener en cuenta, cuando se insiste en la
violencia de la clase obrera –sintetizada, en los informes emitidos por los
represores en Torres del Carrizal, como “toda
clase de sabotajes, desmanes y amenazas”- y en las políticas de exclusión
republicanas contra los partidos de centro y derecha, que la patronal
desarrolló una violencia estructural (boicot a los obreros sindicados,
incumplimiento de la legislación laboral) amparada o encubierta muchas veces
por autoridades locales que eran cómplices de sus incumplimientos pero que no
se abstenían de solicitar la intervención –muchas veces, desproporcionada- de
las fuerzas del orden para defender una “libertad de trabajo” que consistía en
realidad en un supuesto derecho a incumplir la legislación laboral.
La contratación de
obreros forasteros y la consiguiente presión patronal para la rebaja de los
jornales fue un desencadenante habitual de las huelgas con las que la Sociedad
Obrera defendía el cumplimiento de las Bases y del Decreto de Términos
Municipales. La propaganda de las derechas magnificó la “alteración del orden”
que supuso la huelga de cinco días de duración de abril de 1932. En marzo del
año siguiente, y también con motivo de la contratación de forasteros, una nueva
huelga dio lugar a enfrentamientos en los que resultó herido Rafael Enríquez
Miguel, labrador de 29 años, y fueron detenidos Jesús Álvarez Montero (1908),
Sigifredo Sastre Pérez (1905), Tirso Vicente Aguayo, Paulino Lorenzo Manzano
(1911) y Matías Prieto Ferrero, contratados por Fernando Hernández, suegro del
herido. El conflicto se prolongó hasta finales de abril, cuando el gobernador
civil envía un delegado de los Jurados Mixtos para que arbitre la negociación.
Procesado el 13 de noviembre, Jesús Álvarez Montero, para cuya defensa la
Federación provincial de Sociedades Obreras abrió una suscripción pública, como
víctima de “provocación patronal”), fue condenado a 15 meses de prisión.
Tras la
descomposición de la Conjunción republicano-socialista, que en las elecciones a
Cortes constituyentes había obtenido más del 50% de votos en la localidad, en
las elecciones generales de 1933 la coalición “anti-revolucionaria” de las
derechas obtuvo un 57,18% de los votos sobre un censo de 362 votantes. Se abría
así un bienio en el que las derechas emplearon todos los mecanismos del Estado
para desvirtuar la obra social de la República. En junio de 1934 se produjo una
huelga general campesina y el gobernador civil ordenó la concentración de
fuerzas de la Guardia Civil en el pueblo. Ante las protestas de la Sociedad obrera
contra la contratación de forasteros, el 20 de junio de 1934 los patronos
denunciaron las “coacciones de que eran
objeto los obreros forasteros, por parte de los locales”, y la Guardia
Civil detuvo a varios obreros. La madre de uno de ellos, Rufina Montero Prieto,
de 51 años, reprochó esta denuncia a la mujer de uno de los patronos y se generó
una discusión en la que intervinieron el párroco Casto Polo Cantón (1897) y el
sacerdote Emilio Conde, y como consecuencia de la cual fue detenida Rufina, que
seguramente quedaría señalada, a partir de ese momento, como objetivo para
futuras represalias.
En las elecciones
del 16 de febrero de 1936, Torres del Carrizal fue una de las escasas
localidades de la provincia en las que venció el Frente Popular, triunfador en
el conjunto del país. Sobre un censo de 356 electores, el Frente Popular obtuvo
un 44,54% de los votos, frente al 40,70% de la coalición “antimarxista”, y los candidatos
más votados fueron los socialistas Ángel Galarza, y Quirino Salvadores con 138
y 127 votos respectivamente, seguidos por el derechista Geminiano Carrascal con
123. No hay duda de que el triunfo del Frente Popular señalaría a Torres del
Carrizal, como otras localidades en igual situación (Fuentelapeña, Villalpando,
Castroverde, Benavente, Manganeses de la Polvorosa, Montamarta, Requejo,
Villabuena del Puente…) en el punto de mira, como objetivos prioritarios de la
represión de los golpistas. Junto a los socialistas respaldaban a la coalición
los simpatizantes locales de Izquierda Republicana, que no constituirían
agrupación hasta el mes de abril siguiente.
Tras las elecciones
de febrero se constituyó una gestora municipal presidida por Moisés Pulido
Luengo, y en la que la Sociedad Obrera tenía como vocales a Jesús Álvarez
Montero, Mauricio Fernández Carrascal (1904), Tirso Vicente Aguayo
y Cayetano Prieto Medina.
En acuerdos de 22 de abril y 12 de junio, la Gestora ordenó al párroco que
saneara la huerta rectoral y, en concreto, el estanque o charca que se
encontraba en ésta, acuerdos que el sacerdote desobedeció y recurrió ante los
tribunales. Otra confrontación entre el párroco y la Gestora se produjo al
aplicar las autoridades municipales la legislación republicana que exigía
comunicación gubernativa para la celebración de procesiones religiosas en la
vía pública. El 11 de mayo, la Gestora destituyó por 90 días al secretario
David Barrientos Prieto, lo que motivó un recurso contencioso-administrativo
que en 1937 se resolvería con su reposición y el pago de los haberes correspondientes
al tiempo de suspensión. En las elecciones de compromisarios para la
presidencia de la República, el 26 de abril, Acción Popular y otras fuerzas de
derechas, ya volcadas en la conspiración golpista, llamaron a sus votantes a la
abstención, y sólo 214 de los 356 votantes censados en Torres hicieron uso de
su derecho de sufragio, otorgando 178 votos al candidato del Frente Popular
Gonzalo Alonso Salvador, 86 al conservador José Bobo y seis votos a la Falange.
El 19 de julio por la tarde llegó a Torres del Carrizal la noticia de la
sublevación. El presidente de la gestora ordenó la suspensión del baile que se
celebraba en el Casino, lo que motivó un incidente con una joven menor de edad,
Pilar Contra Lozano, que levantó el brazo realizando el saludo romano y fue encañonada
por el alcalde con una pistola para que depusiera su actitud. Posteriormente, los
afiliados de la Sociedad Obrera y gestores del ayuntamiento se reunieron en la
Casa del Pueblo, donde fueron avisados por Aurelio de la Iglesia López (1910),
empleado de David Barrientos, de que su amo y otros propietarios se habían
desplazado a Zamora para ponerse al servicio de la sublevación y recoger armas
con las que implantarían el nuevo orden en el pueblo. En previsión de la
llegada de estos rebeldes armados, la Gestora municipal y la Sociedad Obrera
organizaron patrullas ciudadanas para vigilar el pueblo y sus accesos.
El día 20 de julio, un pequeño grupo de entre doce y veinte personas, de
los que sólo unos pocos portaban armas de fuego (escopetas de caza y pistolas),
vigilaba la entrada al pueblo, en el paraje llamado El Revolcadero, con vigas
cruzadas en la carretera para impedir el paso de vehículos. En este grupo estaban
los principales miembros de la Casa del Pueblo y de la Comisión Gestora del
ayuntamiento. A medianoche se aproximó un coche –propiedad del vecino de Arquillinos
conocido como “El Obispo”, en el que viajaban dos individuos de derechas de
aquella localidad, Lucio Vecilla Jurado (1890) y Emiliano de la Torre Fidalgo,
y el secretario del ayuntamiento de Torres, David Barrientos, que traían armas
y no obedecieron la orden de alto, pasando por encima de la viga y siguiendo su
camino. Los miembros de la patrulla serían posteriormente acusados de haber
disparado contra el coche, ocasionándole desperfectos por valor de 550 pesetas
pero sin daños personales a sus ocupantes. Al parecer, ese mismo día visitó la
localidad el cura párroco de Benegiles, que también transmitió noticias e
instrucciones. Entre las personas que se desplazaron entre este y otros pueblos
cercanos y Zamora para secundar la sublevación se encontraban también, al
parecer, el mencionado Celso Gil, Santiago Conde y vecinos de Villalba de la
Lampreana y de Cerecinos del Carrizal, como Gregorio Pinilla Turiño, quien
según su hermano (el futuro gobernador civil, Carlos Pinilla) resultó herido de
bala durante uno de estos desplazamientos, aunque nada indica que ello
ocurriera en este incidente.
El 21 de julio hacia las diez de la mañana llegó al pueblo un camión con
soldados del Regimiento Toledo y milicianos de paisano, al mando del alférez
Esteban Mota Cansado (subdirector de la banda de música del Regimiento). Los
obreros de Torres creyeron que se trataba de fuerzas favorables al gobierno
legítimo, por lo que los saludaron puño en alto (a lo que algunos informes de
la represión darían la vuelta para presentarlo como un recibimiento hostil por
parte de una “manifestación tumultuaria”). A partir de ese momento, los
soldados y falangistas acordonaron las casas que les señalaban miembros de las
fuerzas vivas locales -sus auxiliares en esta operación fueron Félix Contra
Lorenzo (1906), Rafael Enríquez, Celso Gil y Gregorio Contra- y detuvieron a
seis personas -Rogelio Alfageme del Barrio, Jesús Álvarez Lozano (1880), Felipe
Lorenzo Manzano (1898), Antonio Calvo Quina, Nemesio Rodríguez Ferrero y Sabino
Vara Peña-, cuyo ingreso en la cárcel de Zamora se registró el 22 de julio. La
versión de los hechos que se recoge en las declaraciones del posterior consejo
de guerra afirma que “estando celebrando una manifestación tumultuaria llegaron
fuerzas del Ejército que fueron recibidas con el puño en alto y obstentadas
[sic] con algunos disparos”, pero los efectos de los supuestos disparos no
constan en la sentencia. Seguidamente, los conservadores locales y los miembros
de las fuerzas vivas, armados por la fuerza ocupante, se desplegaron por la
localidad y sus accesos. Toribio Miranda recuperó la alcaldía, su hermano
Agustín, el cargo de juez municipal, y el hijo del secretario David Barrientos
asumió la jefatura local de Falange.
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Informe del delegado gubernativo |
Los vocales obreros de la Gestora –con la excepción de Cayetano Prieto, que
fue detenido- pudieron ocultarse. Tirso Vicente consiguió cruzar la frontera
portuguesa y refugiarse en el pueblo de San Martín, hasta que, “por carecer de
recursos”, regresó a Torres la noche del 18 de noviembre y permaneció escondido
en su casa hasta que el 11 de noviembre de 1937 se entregó a las autoridades.
Jesús Álvarez Montero, escondido también en el pueblo, se entregó el 9 de
diciembre de 1937, para evitar represalias sobre la familia que lo había
ocultado.
Durante los meses de agosto y septiembre se produjeron nuevas detenciones, y
así, Antonio Cereceda González, presidente de la Sociedad Obrera, Paulino
Lorenzo Manzano (1911), Pedro Rodríguez Alonso (1866) (según algún testimonio,
por haber defendido a su hijo Felipe, detenido en julio), Aureliano Sastre
Pérez, Bernardino Vara Rodríguez y Agapito Fernández Prieto (1905) ingresaron
en prisión el 30 de agosto, y Aurelio de la Iglesia López, el 5 de septiembre. También
se produjeron visitas de milicianos derechistas de localidades cercanas
(Villalba de la Lampreana, Aspariegos, Arquillinos, Villarrín) que, entre
otros, propinaron una paliza al maestro Práxedes Barrios (quien, sin embargo,
no recibiría ninguna sanción en el expediente que le incoó la Comisión de
Depuración del Magisterio). El 26 de septiembre fue sacado de la cárcel de
Zamora y asesinado el albañil de 20 años Ricardo Coco Rodríguez, originario de Zamora, el mismo día que su esposa Soledad Temprano daba a luz a su hijo. El 30 de
septiembre fue sacado de la cárcel de Zamora y asesinado Cayetano Prieto
Medina, pastor de 39 años y vocal de la Gestora, en una de tantas sacas que, en
esta ocasión, las autoridades disfrazaron con el eufemismo de que “al intentar
fugarse durante la conducción fué [sic] muerto por la fuerza Pública”.
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El maestro D. Práxedes Barrios con sus alumnos |
Contra los restantes detenidos se instruyó la causa 199/1936, por “rebelión
militar”. La justicia de los sublevados convirtió la formación de una patrulla
ciudadana por la Gestora municipal, ante las noticias de una sublevación
militar, en “levantamiento de armas contra personas que se habían puesto a la
defensa del Movimiento Salvador de España”, partiendo de la consideración de los
ocupantes del coche como “fuerzas nacionales” y de la patrulla ciudadana como
un “gran número de individuos provistos de armas”. Aunque en un principio el
auto del juez instructor Antonio de la Hoz Rodríguez de 9 de septiembre
responsabilizaba a los cuatro miembros huidos de la Gestora y consideraba que
todos los detenidos habían actuado bajo las órdenes y la coacción de aquéllos,
el Auditor de Guerra de la 7ª División, José Requejo, ordenó el 12 de
septiembre de 1936 continuar el procedimiento sumarísimo por considerar la
existencia de indicios suficientes contra todos los acusados, por lo que al día
siguiente, un nuevo auto del instructor estimó probado “que existen indicios
suficientes de criminalidad y mala fé [sic] por parte de los detenidos,
pertenecientes todos ellos a Sociedades marxistas o izquierdistas de las que
dirigen y secundan el Movimiento rojo” y decretó el procesamiento por adhesión
a la rebelión de doce de los detenidos. El 21 de octubre de 1936 se celebró el
consejo de guerra de plaza. El fiscal pedía 30 años de prisión para cada uno,
mientras el defensor, el alférez de carabineros Simón García, solicitó la libre
absolución. En la sentencia se dio por probado que Antonio Cereceda había
dirigido la acción de la patrulla y se le condenó como director o animador del
grupo a la pena de muerte por adhesión a la rebelión, mientras que el resto,
once personas, fueron condenadas por adhesión a la rebelión a 30 años en el
caso de Antonio Calvo Quina y Felipe Lorenzo Manzano (acusados de tener armas
el día 19 de julio), y a 20 años y 1 día el resto del grupo por el mismo
delito, salvo Sabino Vara Peña, condenado a 12 años y 1 día, por auxilio a la
rebelión.
Es evidente que las primeras impresiones reflejadas en el auto inicial, con
carácter claramente exculpatorias, fueron rectificadas por las presiones
recibidas para que los obreros de Torres sufrieran el máximo castigo no sólo
por el hecho en sí de oponerse al Alzamiento sino también por todos los
agravios percibidos por los propietarios locales durante los cinco años
anteriores. Pasada la sentencia al Auditor, las penas fueron confirmadas, si
bien, confirmando nuevamente la carencia de garantías de la justicia militar
franquista, todos los condenados a penas de prisión, excepto Marciano Álvarez
Prieto, serían asesinados entre los meses de octubre y diciembre.
La cuota de sangre
que los inductores locales de la represión querían cobrar a los militantes
obreros de Torres no se extinguiría con los detenidos. La huida de los más
destacados miembros de la Sociedad Obrera espoleó el afán de tomar represalias
contra sus familiares, en lo que era una práctica normalizada entre los
golpistas. El 29 de octubre de 1936 varios hombres de Torres y de localidades
cercanas acudieron a la casa de la familia Álvarez Montero, buscando al vocal
de la gestora Jesús Álvarez Montero, que se encontraba en paradero desconocido.
Fueron atendidos por su madre, Rufina Montero (de 53 años), pues su marido
Jesús Álvarez estaba detenido. Al no encontrar a Jesús, se llevaron a su madre
y a su hermano José Manuel, de 18 años, al Ayuntamiento, supuestamente para
tomarles declaración. Esa misma noche, ellos dos y otros cinco vecinos del
pueblo –Segisfredo Sastre Pérez, de 30 años (hermano de Aureliano), Elia
Cereceda Vara, de 28 años (hija de Antonio y esposa de Moisés Pulido); María Manzano
González, de 49 años (madre de Felipe y Paulino Lorenzo), Serapio Vara
Rodríguez, de 26 años (hermano de Bernardino) y Alejandro Peña Vara- fueron
trasladados al puente de Seis Ojos, a las afueras del pueblo, donde fueron
asesinados a tiros. Presenciaron la escena, escondidos, otro de los hermanos
Álvarez Montero, Diosdado, de 16 años, y Domingo González, suegro de Segisfredo
Sastre. Los asesinos regresaron al pueblo y volvieron con un carro, acompañados
por otros dos vecinos del pueblo, a los que obligaron a cargar los cadáveres,
trasladarlos al cementerio y enterrarlos en una fosa común, tras haber vejado
el cadáver de Rufina, que era especialmente odiada por algunas personas de la
derecha local, sobre todo desde su enfrentamiento con el párroco en 1934.
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Rufina con dos de sus hijos |
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Segisfredo Sastre Pérez |
Dos días después, el
31 de octubre, fue sacado de la cárcel y asesinado en el cementerio de Zamora
el marido de Rufina y padre de Jesús y José Manuel, Jesús Álvarez Lozano, de 55
años. El herrero Benito Fernández Carrascal, de 42 años, que tras permanecer
escondido tres meses trató de pasar a la zona bajo control del gobierno y fue
detenido en octubre, fue asesinado 20 de noviembre. Ese mismo día ingresó en
prisión su hermano Mauricio, de 31 años, que fue asesinado siete días después
(otro hermano, Venancio, presidente de la gestora de Molacillos, había sido
asesinado en aquel pueblo en agosto).
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Jesús Álvarez Lozano |
A las 6,30 de la
mañana del 7 de diciembre, junto a dos vecinos de Moraleja del Vino condenados
en otro consejo de guerra, fue fusilado en el cementerio de Zamora Antonio
Cereceda González, de 59 años, cuya muerte se inscribió en el Registro Civil
como ocasionada por “shock traumático” y se anunció en la prensa provincial.
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El diario falangista Imperio anuncia el fusilamiento de Antonio Cereceda, con errata en el nombre del pueblo |
El 11 de diciembre
fueron sacados de la cárcel de Zamora, por orden del gobernador civil Hernández
Comes, once detenidos de Torres cuyo destino era supuestamente Bermillo de
Sayago: Antonio Calvo Quina, de 22 años; Felipe Lorenzo Manzano, de 27; Paulino
Lorenzo Manzano, de 24; Aureliano Sastre Pérez, de 45; Aurelio de la Iglesia
López, de 25 (a quien el secretario David Barrientos había proporcionado
garantías de que “se salvaría” si declaraba sobre los hechos del 20 de julio);
Agapito Fernández Prieto, de 30; Bernardino Vara Rodríguez; Gregorio Conde
Lorenzo, de 20; Juan González Hidalgo, de 23; y Felipe Rodríguez Domínguez, de
20. Trasladados al cementerio, fueron fusilados y enterrados en la fosa común. Al
día siguiente fue asesinado de igual forma Sabino Vara Peña, de 21 años, y el
día 16, Pedro Rodríguez Alonso, de 69 años (padre de Felipe Rodríguez
Domínguez).
El 27 de abril de
1938 se pronunció la sentencia de la pieza separada de la causa 199/1936 contra
Jesús Álvarez Montero, Tirso Vicente Aguado, Benigno Álvarez Montero, Rogelio
Alfageme de Barrio y Nemesio Rodríguez Ferrero. En la vista,
el Fiscal había pedido la pena de muerte para Jesús Álvarez, reclusión perpetua
para su hermano y para Tirso Vicente, 25 años para Nemesio Rodríguez y 12 años
para Rogelio Alfageme. El defensor simplemente solicitó “la máxima venevolencia
[sic] para Jesús Álvarez Montero y Tirso Vicente Aguado [sic] y la libre
absolución para los restantes” Al primero se le consideró “dirigente de la Casa del Pueblo, muy peligroso política y socialmente y
que ha sufridos condena por atentado de carácter social”, mientras el
segundo y el tercero eran tenidos por “meros
ejecutores”. De Rogelio Alfageme de Barrio y Nemesio Rodríguez Ferrero “no se extima aprovada (sic) la participación los hechos (sic)”. En
consecuencia, se consideró a los tres primeros responsables del delito de
rebelión militar, por lo que se condenó a Jesús Álvarez Montero a pena de
muerte y a los otros dos a “reclusión perpetua con sus accesorias de
inhabilitación absoluta e interdicción civil durante la condena”. Los dos
últimos fueron absueltos. El 21 de octubre de 1939, el Jefe del Estado conmutó
a Jesús Álvarez Montero la pena de muerte por la de reclusión perpetua. Jesús
permaneció en prisión hasta 1942 y Benigno hasta 1945.
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Testimonio de sentencia de la pieza separada (1938) de la causa 199/1936 |
El presidente de la Gestora, Moisés Pulido, aunque había manifestado su
intención de marchar a Portugal –lo que, al parecer, fue creído por las
autoridades golpistas-, permaneció escondido bajo la cocina económica de su
casa hasta el asesinato de su esposa, para refugiarse después en casa de su
suegra hasta mayo de 1938, y en casa de su hermano en Molacillos hasta que, al
conocer el Decreto de 20 de octubre de 1945 que indultaba a los condenados por
rebelión, se presentó en el Gobierno Militar de Zamora el 8 de noviembre de ese
año. El 25 de mayo de 1946 fue condenado a 20 años de reclusión menor, y el 11
de julio de 1946 se dictó el indulto total.
Varias familias
quedaron destruidas: Cándido Ruiz contabiliza 14 viudas y
un viudo, y al menos, 28 huérfanos. En la familia Álvarez Montero, además del
asesinato del padre, la madre y José Manuel, y con Jesús huido, otros dos
hermanos, Diosdado y Flores, fueron obligados a alistarse en el ejército
franquista, mientras los tres menores quedaron en la calle y fueron recogidos
por familiares. En enero de 1937, la Diputación aprobó la admisión del niño
Cayetano Prieto en el hospicio de Zamora. Es un deber de honor mencionar aquí
el valor de Mónica Prieto Gago, esposa de Agapito Fernández Prieto, que al ser
interrogada en agosto de 1938, durante la tramitación del procedimiento de
responsabilidades políticas contra los bienes heredados de su esposo, sólo
quiso declarar que “pide la
responsabilidad de la muerte de su mentado esposo. Agapito Fernández Prieto”.
Con 25 víctimas mortales, Torres del Carrizal se convirtió, en términos
relativos, en la localidad zamorana más castigada por la represión, con el
asesinato de un 3,60% de la población (en la cercana Gallegos del Pan fueron un
3,16%, en Fresno de la Ribera, un 2,18% y también en Cañizo superaron el 2%). Además
de la represión física, se produjo una importante represión económica, en la
que 22 vecinos fueron expedientados por la Comisión de Incautación de Bienes y
por la jurisdicción de responsabilidades Políticas: los asesinados Jesús
Álvarez Lozano, Antonio Cereceda González, Cayetano Prieto Medina, Antonio
Calvo Quina, Felipe Lorenzo Manzano, Aureliano y Sigifredo Sastre Pérez, Aurelio
de la Iglesia López, Agapito Fernández Prieto, Bernardino Vara Rodríguez,
Felipe Rodríguez Domínguez, Gregorio Conde Lorenzo, Juan González Hidalgo,
Paulino Lorenzo Manzano y Sabino Vara Peña, y también siete de los
supervivientes: Manuel Álvarez Prieto, Marciano Álvarez Prieto, Tirso Vicente
Aguado, Jesús Álvarez Montero, Benigno Álvarez Montero, Moisés Pulido Luengo,
Florentino Álvarez Montero.
Las sentencias
contra los herederos de quienes habían sido asesinados fueron publicadas en
enero de 1940 por el tribunal regional de Responsabilidades Políticas, que
impuso sanciones de 20.000 pesetas a los herederos de los asesinados Antonio
Calvo Quina, Felipe Lorenzo Manzano y Felipe Rodríguez Domínguez, de 15.000 a
los herederos de Antonio Cereceda González, Aureliano Sastre Pérez, Agapito
Fernández Prieto, Bernardino Vara Rodríguez, Gregorio Conde Lorenzo, Juan
González Hidalgo y Paulino Lorenzo Manzano, y de 10.000 a los herederos de
Sabino Vara Peña.
Aunque no se puedan
conocer las denuncias que dieron lugar a esta orgía de sangre, tenemos claros
indicios del argumentario de los inductores a la luz de las declaraciones
realizadas en el curso de los consejos de guerra y de los procedimientos de
responsabilidades políticas. A pesar de la ausencia de pruebas y de otros
testigos, el único testimonio presencial de los hechos calificados como de
resistencia al alzamiento fue el del secretario municipal David Barrientos, que
a su vez presionó a su empleado Aurelio de la Iglesia con garantías (que se
revelarían falsas) de seguridad si prestaba declaración, y que insistió en
culpar a Benigno Álvarez, que seguía en libertad. El alcalde, Toribio Miranda, acusaba a todos los detenidos de ser “de significación marxista y pertenecían a la
Sociedad Obrera social comunista revolucionaria que existió en este pueblo”,
especialmente a Antonio Cereceda, al que definía como “el instigador de todo, por supuesto comunista, mala persona y un ateo
materialista”, y a Cayetano Prieto como “de conducta malísima y pendenciero
que formó parte de la Nefasta Comisión Gestora comunista de este ayuntamiento,
cometiendo en este cargo toda clase de atropellos y arbitrariedades”, y trató
de inculpar especialmente a los supervivientes –por ejemplo, a Benigno Álvarez
Montero-, hasta el punto de referirse a un miembro (encarcelado) de Izquierda
Republicana como “sujeto indeseable y
peligrosísimo para España dadas las condiciones perversas que en el encarnan,
de ateo incorregible y marxista rabioso”. El jefe local de Falange, David
Barrientos (hijo) centró sus acusaciones en Antonio Cereceda y Cayetano Prieto,
basándose fundamentalmente en rumores sobre su vida privada y su conducta
religiosa.
Las restantes declaraciones de derechistas locales implicados en el golpe
siguieron la misma línea de incriminar a Antonio Cereceda y a los demás
dirigentes obreros, así como a familiares de éstos que no habían sido
detenidos. Así, Félix Contra Lozano, patrono participante en la sublevación,
insistió en inculpar a Jesús Álvarez, su hermano Benigno y al alcalde Moisés
Pulido. Por su parte, el cura párroco, Casto Polo, hizo objeto de su inquina
acusatoria a los hermanos Álvarez Montero, especialmente a Jesús, al que llegó
a atribuir la intención, basada en rumores, de haber querido matarlo “en la
misa del Corpus Christi” y de “intentos de impedir actos religiosos”. Como es
habitual, los informes del comandante de puesto de la Guardia Civil, Sebastián
Mateos, agravaban todo lo posible las acusaciones, por ejemplo, contra Antonio
Calvo Quina, al que acusaban de ser “un
marxista destacado [que] exhibía con orgullo la corbata roja. Tomó parte en
cuantas huelgas, manifestaciones y escándalos intervenían los de ideas afines y
fue fusilado en Consejo de Guerra a la pena de muerte por haber hecho frente en
los primeros días del Movimiento”, o contra Aureliano Sastre Pérez, al que
señalaban por su estancia en Bilbao como “asesor” de ideas extremistas. Abundan
en las declaraciones las frases repetidas palabra por palabra, como si hubieran
sido dictadas o acordadas previamente, incluso en sus imprecisiones
cronológicas, todo lo cual nos proporciona un retrato muy ilustrativo de la
inquina y la cerrilidad que propiciaron que unos golpistas que habían
controlado la localidad tan fácilmente desencadenaran semejante baño de sangre.
Recientemente, varios descendientes de víctimas –Diosdado Álvarez Prieto,
Aniceto Prieto Barrientos, Araceli Peña Prieto- han impulsado ante el
Ayuntamiento de Torres del Carrizal la iniciativa de conmemorar la memoria de
los represaliados por medio de un reconocimiento moral, de la autorización de
un homenaje y de la dotación de un espacio público en el que se instalaría el
monolito que en su memoria fue diseñado por el escultor local Mariano
Fernández Prieto (fallecido en 2014), hijo del asesinado Agapito Fernández Prieto. En el marco de esta iniciativa, un opúsculo que contiene el presente texto y diversos documentos fue publicado por los familiares, con la colaboración del Foro por la Memoria de Zamora y de la asociación Ahaztuak 1936-1977.
El memorial fue inaugurado el 26 de agosto de 2017, en el lugar en el que reposan los restos de los siete asesinados del 29 de octubre de 1936, en una fosa común situada junto al emplazamiento del antiguo cementerio. Con motivo de la inauguración, se celebró un multitudinario homenaje en el que numerosos familiares de las víctimas depositaron flores sobre el monolito. Un vídeo del homenaje puede verse en el canal de Youtube del Foro por la Memoria de Zamora.
Eduardo
Martín González
Fuentes:
José A. García Díez, El Malvavisco
[Episodios de la Guerra Civil Española], Zamora, Araceli Saavedra, 2013.
Alfonso Lara Díaz y Serrano, Prejuicios de la Guerra Civil Española,
1936-1939 a 1975,
Zamora, ed. del autor, 2009.
Cándido Ruiz González, La espiga cortada y
el trigo limpio. La comarca de Toro en la II República y el Primer Franquismo
(1931-1945),
Oñati, ed. del autor, 2011
Archivo Provincial de Zamora: Responsabilidades Políticas, Asociaciones.
Archivo General de la Administración (Alcalá de Henares): expedientes de
depuración del magisterio.
Prensa: El Correo de Zamora, Heraldo de Zamora, La Voz del Trabajo, El
Ideal Agrario, Imperio, Boletín Oficial de la Provincia.
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ResponderEliminarEL CRIMEN PERFECTO DEL FASCISMO ACTUAL
ResponderEliminarLos síntomas de enfermedades que nos describen a todas horas en los medios de comunicación son provocados por los estados corruptos y sirven como medio para hacernos acudir al aparato de control fascista más elaborado por sus mentes criminales: El Sistema Sanitario.
Luego los tratamientos mimetizan a la perfección la enfermedad descrita mil veces con lo cual nadie sospecha....
Pero existe un medio de burlar este asesinato en el que la víctima va hacia su asesino: No acudir al sistema sanitario y perder el miedo a los síntomas que por si solos no tienen capacidad de matar , "el dolor duele pero no mata". Hacer caso de los síntomas y acudir al médico es la forma más rápida de enfermar y morir, por eso el miedo mata....¡hay que perderlo!
Prácticamente TODAS las enfermedades son INVENTADAS o el tratamiento no se corresponde con la curación, aunque así lo enseñen en todas las facultades de medicina. El objetivo principal de las guerras/invasiones que no han parado de sucederse desde hace muchos siglos es la destrucción de conocimientos populares de nosotros mismos y nuestra biología e implantación de los modelos médicos del nuevo orden mundial fascista que perpetúe el poder y los privilegios de los criminales que copan hoy día las clases adineradas.
Este terrorismo criminal y traidor a su propia especie no es musulmán sino católico. A partir de la dictadura franquista se hizo una purga de libros que no interesaban a los fascistas y se empezó a editar por parte del Opus Dei la propaganda histórica y "científica" que sustituiría la medicina y prácticamente todos los conocimientos que servían al pueblo por otros al servicio del fascismo que todavía padecemos.
Nuestro "Estado del bienestar" siempre ha sido un engaño. y el terrorismo islámico el "cabeza de turco" para recortarnos libertad...¿Crees que merece la pena apoyar a nuestros asesinos?
Después de releer este resumen y el libro de Bingen Amadoz. “MATONES(!Para que todos sepan!)“. Sería bueno profundizar en los matones que intervinieron en esta matanza. Lo haremos!
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