EL PROCESO CONTRA “LA NIÑA DE LA
REPÚBLICA” (TORRES DEL CARRIZAL/ZAMORA, 1937-1939)
La historia de Pilar Álvarez
Montero nos ofrece valiosas enseñanzas sobre la naturaleza del fascismo, pero
también lecciones impagables de dignidad y de coraje, por el valor de la
protagonista al invocar con su comportamiento unas leyes morales que van más
allá de la retorcida legalidad de los golpistas.
Pilar, que en 1937 tenía 21 años,
era una de los diez hijos e hijas de Jesús Álvarez Lozano y de Rufina Montero
Prieto, mejor dicho, era huérfana desde el asesinato de sus padres y de su
hermano José Manuel. En concreto, Rufina, de 53 años, y José Manuel, de 18,
habían sido asesinados en el Puente de Seis Ojos, entre Torres y Molacillos, junto
a otros cinco vecinos del pueblo, la noche del 29 al 30 de octubre de 1936, y
Jesús, de 55 años, fue sacado de la cárcel y asesinado en el cementerio de
Zamora dos días más tarde.
Los hermanos supervivientes,
además de Pilar, eran Benigno, Jesús, Josefa, Flores (que fue movilizado por
los golpistas y en el frente se pasó al bando republicano), Diosdado, Justino, Orencio
y Rufino.
El 27 de noviembre de 1937, Pilar
fue detenida en su casa por la guardia civil. Poco antes se habían entregado varios
militantes obreros de Torres, que permanecían ocultos desde 1936, entre ellos Jesús
y Benigno, hermanos de Pilar, que serían condenados, respectivamente, a muerte y
a reclusión perpetua en abril de 1938, y sus captores vieron en la detención de
Pilar una forma de compensar que se les hubiera escapado la víctima más
preciada, Moisés Pulido, presidente de la Gestora municipal del Frente Popular.
Todas las fuerzas vivas se aplicaron
en construir un personaje de Pilar merecedor de un castigo ejemplarizante. El comandante
de puesto de la guardia civil de Aspariegos informó que Pilar tenía “mala
conducta y antecedentes”, “militaba en los partidos más extremistas” y
profesaba una “ideología con inclinación al comunismo libertario”, que “poseída
de gran entusiasmo, asistía la primera a cuantas manifestaciones se celebraban
en el pueblo por los marxistas” y por sus “gritos subversivos” la llamaban en
el pueblo “la niña de la República”. El párroco Casto Polo escribió que “su
familia eran las personas más peligrosas que había en esta localidad (…) habiendo
recaído la terrible sanción contra sus padres y dos de sus hermanos solteros,
pasándose otro hermano, también soltero, a los rojos en uno de los frentes en
que estaba prestando servicio militar, y tener otro hermano casado cumpliendo
condena por esos mismos sucesos del 19 de Julio”. El jefe local de Falange,
David Barrientos, recordó que otra hermana llamada Josefa estaba “con los rojos
en Madrid”. Por último, el alcalde Toribio Miranda se refirió a la familia como
“la más peligrosísima de este pueblo, (…) familia sin respeto a las autoridades
o personas de orden de la localidad” y que “la sujeta que informo es lo mismo
que los demás familiares suyos, hasta el punto que vulgarmente se la conoce con
el nombre ‘niña de la República’”, y “en definitiva todos los miembros que aún
existen de tan indigna familia son peligrosos para la Causa Nacional y enemigos
de España”.
Interrogada cuando llevaba casi un
año en la cárcel provincial, Pilar declaró que “si lo tuvo [a Moisés Pulido] unas
horas en su casa fue por conocerle como vecino del pueblo y llevarse a bien con
sus hermanos, pero que la declarante le obligó a marcharse cuanto antes pudo ya
que sabía que estaba perseguido por la autoridad y no quería comprometerse”, y
que “aparte de este hecho la declarante no se ha significado en absoluto en
cuestiones políticas”.
Pese a haber salido en libertad
el 7 de noviembre de 1938, el juez Venancio Hernández Claumarchirant propuso encausarla
por “auxilio a la rebelión militar”, por un mes más tarde volvió a ingresar en
prisión. Interrogada nuevamente, se limitó a declarar que “se atiene a lo
manifestado”, y el juez instructor añadió a las acusaciones la de “delito de
excitación a la rebelión con su actuación extremista y su provocación al
desorden con anterioridad al Movimiento Nacional”.
El fiscal jurídico militar mencionó
el sobrenombre de “la niña de la República” y calificó los hechos como “auxilio
a la rebelión (…) con la agravante de la peligrosidad de la procesada”.
Recogidas nuevas declaraciones en Torres, todos los interrogados lamentaron que
Moisés Pulido hubiera conseguido “eludir la pena que por su actuación hubiera
merecido”. Leídos los cargos a Pilar, a todas las preguntas (si se conformaba
con los cargos, si quería enmendar o ampliar sus declaraciones) respondió que
no.
El consejo de guerra se celebró
el 26 de enero de 1939. El tribunal que juzgó a Pilar -uno de los ocho que funcionaron
esa mañana en Zamora- estaba formado por el teniente coronel Ricardo Perla Fernández
y los capitanes Agustín Marquina, Eduardo Lanz, Isidro y Juan Seisdedos y
Antonio Guerra. El fiscal pidió para Pilar la pena de quince años de reclusión,
mientras que el defensor, teniente Gabino de Diego García, pidió su absolución alegando
que “si ocultó en su casa al cabecilla del pueblo lo hizo porque este iba
acompañado del hermano de la procesada al que por ley fraternal tenía que defender”.
La sentencia estimó las razones del defensor y absolvió a Pilar por considerar
que “no ostentaba representación alguna en la casa” y que “los hechos relatados
no constituyen delito, si bien pueden ser tenidos en cuenta por la Autoridad
gubernativa para determinar la situación actual de la procesada” [apostilla aplicada
antes a muchos militantes obreros y republicanos de nuestra provincia que, puestos
a disposición de “la autoridad gubernativa”, fueron asesinados, a veces tras
ser absueltos en consejo de guerra]. Pilar, que seguía en prisión, tuvo que
esperar la confirmación de la sentencia absolutoria hasta el 22 de marzo, tras
lo cual pasó a disposición del gobernador civil, Carlos Pinilla Turiño, en concepto
de “detenida gubernativa”.
Tras su definitiva puesta en
libertad, Pilar emigró a Madrid, donde trabajó varios años en el servicio doméstico,
se casó, tuvo un hijo y una hija y falleció. También emigró a Madrid su hermano
Justino, que posteriormente fue detenido por su supuesta implicación en un
intento de atentado contra Franco y encarcelado durante diez años.
Dentro de la historia de Torres,
y del castigo colectivo a la familia Álvarez Montero, que persistiría hasta la
puesta en libertad de Jesús, Benigno y Florentino ya en los años 40 y se
prolongaría con la condena a Justino, las vicisitudes de Pilar pueden parecer una
simple nota al pie de página pero resultan extraordinariamente significativas
como ejemplo del acoso que sufrieron muchos hijos de represaliados tras el
golpe de 1936, y de la construcción simbólica del enemigo, expresada en el
apodo de “la niña de la República”, que si en este proceso se aplicó con
voluntad infamante, fue llevado por Pilar Álvarez con ejemplar dignidad.
Eduardo Martín González
(una versión más breve de este texto ha aparecido en la
publicación Torres del Carrizal: República, Represión, Memoria (2012-2022),
editada por el Foro por la Memoria de Zamora)
(en
la foto, Rufina con dos de sus hijos menores)
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